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Actualizado: 28 de octubre de 2025


Si daban alguna recompensa, que fuese para el «chico de Vannes». Luego añadió, como si reflejase los pensamientos de su capitán: Da gusto navegar así... A nuestro vapor le han salido dientes, y ya no tendrá que huir como una liebre asustada... Que lo dejen hacer su camino en paz, porque ahora muerde. Todo el resto del viaje hasta Salónica fué sin incidentes.

Andaba yo tras de una perdiz agachadito, agachadito y el ratón se agachaba en efecto, siguiendo su inveterada costumbre de representar cuanto hablaba, porque no llevaba perro ni diaño que lo valiese, y estaba, con perdón de las barbas honradas que me escuchan, para montar a caballo de un vallado, cuando oigo ¡tras tris, tras tras!, ¡tipirí, tipirá!, el andar de una liebre; ¡más lista venía... que las zantellas!

Así, cuando Orestes llegó a la casa de su antiguo Pílades, llevaba su alma en tal estado que sin abusar de la metáfora puede decirse que rugía en ella una tempestad furiosa. Sacudió violentamente el cordón de la campanilla, sin fijarse en el hecho de que la pata de liebre de la calle de San Nicolás se había trocado en pata de ganso.

6 asimismo la liebre, porque rumia, mas no tiene pezuña, la tendréis por inmunda; 7 también el puerco, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, mas no rumia, lo tendréis por inmundo. 8 De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos.

¡A matar el perro! , señor; el señor Duque me dió esa orden, porque soltó una liebre después de cobrarla. Gonzalo se puso lívido. ¡Y qué tiene que mandar ese sinvergüenza!... rugió sin poder proferir más palabras, arrebatando al mismo tiempo la cadena de manos de Ramón, con tal fuerza, que le hizo tambalearse.

Los dos mochachos de la pendencia se llegaron a ver la liebre, y al uno dellos preguntó Sancho que por qué reñían. Y fuele respondido por el que había dicho ''no la verás más en toda tu vida'', que él había tomado al otro mochacho una jaula de grillos, la cual no pensaba volvérsela en toda su vida.

Uno de estos es una especie de liebre que sabe cambiar de librea todas las estaciones, de manera que su piel se confunde con el suelo que la rodea, y así se escapa á la perspicaz vista del águila.

Una preciosa liebre, sorprendida en su ingénita actividad, sentose sobre las patas traseras, rebullendo entre los helechos del borde del camino, mientras desfilaba la comitiva.

El rigor de su autoridad, que el muchacho acataba siempre con veneración, sería remedio eficaz y pronto del desorden de aquella cabeza. Bien lo decía ella. «En cuanto yo le doy cuatro gritos, le pongo como una liebre. Trabajo les mando a esas lobas que me le quieran trastornar».

Pues imagínense, en cuanto estén delante del león, que el león es una liebre... y no hay más.» «Efectivamente replica el menos optimista de los preguntantes, rascándose la cabeza ; sólo que me parece un poco difícil hacer esas suposiciones delante del león

Palabra del Dia

neguéis

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