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Actualizado: 1 de julio de 2025
Me ha contado muchas cosas de mi Alfonso: dice que sus maestros no cesan de hablar de él mucho y bien. ¡Dios le bendiga como yo le bendigo de todo corazón! Mañana empiezo a dar lecciones a mis niñas... «Después de comer, han venido a decirme que acaba de morir un pobre anciano abandonado en la cabaña del monte donde yo acostumbraba a pasar el rato.
TALMA. ¡La señorita Daw es más que una discípula...! ¡Es una emanación de mi genio...! ¡Hágame el favor de sentarse, señorita Loudon...! ¡Y explíqueme lo que la trae por aquí...! ¡Estoy a su disposición...! Juega con un monóculo que le servía antiguamente en sus papeles de galán joven. JESSY. Se trata, maestro, de pedir a usted unas lecciones y...
Las lecciones y conferencias duraban horas y horas. El Comendador se acostumbró de tal suerte á aquel dulce magisterio, que el día en que no daba lección le parecía que no había vivido. Sus días de Villabermeja fueron disminuyendo, y alargándose cada vez más los que pasaba con la discípula.
Sentía agradecimiento al recordar la paciencia con que le había enseñado a leer y escribir, cómo le había dado las primeras lecciones de inglés y cómo le inculcó las más nobles aspiraciones de su alma; aquel amor a la humanidad en que parecía arder el maestro.
Y en lo de saber practicar la caridad con prudencia y tino, tampoco creo que me eche el pie adelante persona alguna.... No consiste, no, la caridad en dar sin ton ni son, cuando no existe la seguridad de que la limosna ha de ser bien empleada. ¡Si querrás darme lecciones!... Mira, Teodoro, que en eso sé tanto como tú en el tratado de los ojos. Sí, ya sé, ya sé, querida, que has hecho maravillas.
Los chicos de abajo lloraban mucho porque no tenían nacimiento... y les he dado la mitad. ¿No me están diciendo a todas horas y en todas las lecciones que todos somos hijos de Dios, y que Dios da a los ricos para que den a los pobres? Pues ya está hecho... aunque no me compres más.
»Habitaba otra persona en el castillo, de la que necesito hablar a ustedes. Esta era el secretario de mi tío, Teobaldo Cuchi, un joven de corazón y de mérito, digno desde entonces del elevado puesto que llegó a ocupar más tarde. Hijo de un paisano calabrés, las escasas lecciones de teología que había recibido del cura de su aldea despertaron en él el deseo de instruirse.
Ahora lo que yo quiero es ver qué tal andan esas lecciones... Hoy no tengo tiempo de hacer preguntas; pero otro día, el jueves, veremos cómo está ese catecismo. ¡Ah!, señorita, se lo sabe de corrido. Nos tiene mareados con lo que hicieron aquellos que se comían el maná y lo de Noé en el arca, con tantos animales como metió en ella. ¿Pues y leer? Lee mejor que mi marido.
El honor se puede aprender, si no en doce, en cien o en doscientas lecciones. Todo es cuestión de tener algún dinero para ir a una sala de esgrima. Por mil pesetas uno puede llegar a hacerse un caballero perfecto, a condición de que uno no esté demasiado viejo ni demasiado gordo, ya que el honor también tiene edad, peso y estatura.
Y en las tertulias a que asistía su madre, le bastaba recitar una fabulita o lanzar alguna pedantería de niño aplicado que desea introducir en la conversación algo de sus lecciones, para que inmediatamente se abalanzasen a él las señoras cubriéndole de besos: ¡Pero cuánto sabe este niño!... ¡Qué listo es! Y alguna vieja añadía sentenciosamente: Bernarda, cuida del chico; que no estudie tanto.
Palabra del Dia
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