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¿Y no lo estoy haciendo? preguntó exasperado S. E. dando un paso; ¿no le he dicho á usted que saco del bien de uno el bien de todos? ¿Me va usted ahora á dar lecciones? Si usted no comprende mis actos ¿qué culpa tengo yo? ¿Le fuerzo acaso á que participe de mi responsabilidad?

Ya tenemos, pues, a Judit instalada en la Opera, tomando lecciones por la mañana y presentándose por la noche confundida entre los grupos de jóvenes, de ninfas o de pajes, como hace un instante decía nuestro amigo el profesor.

Su única preocupación fué calcular bien el tiempo, obedecer la orden, no entretenerse en apuntar; hacer fuego antes del terrible tres, para que no le diesen aquel título horripilante y misterioso. Don Marcos entró en el castillo y volvió á aparecer con las dos pistolas cargadas. Dió una al príncipe. Este no necesitaba lecciones.

Los libros que leía, las lecciones que escuchaba, dejaban en su espíritu profunda huella; y el pobre muchacho, traído del campo hasta la morada del obispo, trasladado de pronto desde la libre existencia de los prados y montes al severo recinto por donde vagaban, como espectros atezados, los familiares de su tío; obligado a cambiar de género de vida, rodeado siempre de rostros en que parecía delito la sonrisa, sin nadie a quien poder trasmitir las primeras impresiones que, como bandada de pájaros no avezados al vuelo, se alzaban en su alma, fue poco a poco haciéndose reservado y triste; sintió anublado su espíritu por las sombras que la soledad engendra, y sólo halló para sus cavilaciones puerto de refugio en la esperanza del porvenir.

Antes de nada huya de esta escuela como de la peste. Y de aquí a diez años tal vez sea usted una gran pintora. LORENZA. Seguiré sus indicaciones, caballero. Sin embargo, yo no puedo trabajar sola. ¿Podría usted darme lecciones...? Se las pagaría bien.

Varias veces pregunté a Mary si tenía algún proyecto para el porvenir. Ella me dijo que podría dar lecciones de inglés a los muchachos de Elguea y seguir viviendo allá; pero yo le advertí que esto era imposible. ¿Por qué? Porque no, criatura. ¿Cómo le van a tener respeto muchachos de su misma edad o mayores que usted? No puede ser. ¿Y si les enseño el inglés tan bien como otro profesor?

Sus olvidos eran dentro de casa, porque fuera se jactaba de ser el más fiel guardador de cuanto la Sinodal exigía, y daba frecuentes lecciones al mismo maestro de ceremonias. Tomó el café y se levantó para dar algunos paseos por el despacho; quería distraerse, sacudir aquellos pensamientos importunos que no le permitían adelantar en su trabajo.

Aquel fraile, de unos setenta y cinco años de edad, no era escaso de luces; pero, como estaba de despedida en la tierra, tomaba la tarea de la enseñanza con tolerante desdén, amodorrándose a menudo en las lecciones.

¿Y qué le dijiste? Que procurase hacer que mis ojos le pareciesen feos. Es decir... Que no quiero galanteos con el duque de Uceda. Has hecho mal, muy mal. Tus amores con el duque valen más que tus lecciones al príncipe don Felipe. Nos conviene saber lo que hace, lo que no hace, lo que piense ó deje de pensar esa gente. Has hecho mal, muy mal.

Sin embargo, dijo la madre tranquilamente, aunque volviéndose cada vez más pálida, esta insignia me ha dado, y me da diariamente, y hasta en este momento, lecciones que harán á mi hija más cuerda y mejor, aunque para no sean ya de provecho. Ahora lo sabremos, dijo el Gobernador, y decidiremos lo que hay que hacer.