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Aqui llegabamos con nuestra platica, quando Pancracio puso la mano en el seno, y sacó dél una carta con su cubierta, y besandola, me la puso en la mano: leí el sobrescrito y vi que decia desta manera. A Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solia vivir el Principe de Marruecos, en Madrid. Al porte: medio real, digo diez y siete maravedís.

Registrando un estante arrumbado me encontré varios documentos, cartas del abuelito y una copia de su testamento. En ellos leí la historia de mi tío, y pude estimar el alma nobilísima del testador, generosa y desinteresada como pocas. ¡Y vaya si el anciano militar era bueno! ¡Y vaya si era inteligente! ¡Qué cartas tan bien escritas!

Ya en aquellos tiempos andaba por España un famoso judío llamado Jehosuah Halorqi, nacido en Lorca el año de 1350 segun se cree, insigne talmudista, uno de los principales maestros en la lei de Moisés, i hombre mui docto en el estudio de la medicina.

Juguetear por la orilla del agua es un reposo agradable y un poderoso remedio para no llegar al nivel de las bestias. Desde que leí no donde, en la prosa de un autor latino, que Escipión el Joven y su amigo Loelius gustaban de distraerse paseando por la orilla de los arroyos, siento hacia ellos cierta simpatía.

En la citada relacion se dice: «Diego Diaz totalmente se declaró judío en el tablado, i así con los dos reos Aponte i Botello se estaban haciendo señas como animándose para morir en su caduca lei; i reprendido por uno de los religiosos que le asistian, respondió: Pues, padre, ¿no es bien que nos exhortemos á morir por Dios?

La prision del tesorero fué consecuencia del proceso i castigo dado á una manceba que tenia en su casa: la cual acusada de judaizante, negó primero, i despues confesó su delito, terminando con declarar que Pedro Fernandez de Alcaudete su concúbito, á pesar de ser dignidad de tesorero de la catedral, i de vivir con apariencias de cristiano tambien observaba la lei de Moisés.

Reuní en mi cuarto a Matildita, Fernanda, Eduardito y los criados, y les leí las composiciones que tenía preparadas para la noche; en realidad, para medir el tiempo empleado en la lectura. Puse el reloj abierto sobre la mesa, y leí primero una leyenda de la Edad Media, titulada La mancha roja, que resultó durar treinta y siete minutos.

Pero estos ruegos fueron sin provecho, puesto que los judíos, ofendidos con rigorosas órdenes de los Reyes Católicos, porfiaban en morir en su lei, persuadidos que Dios iba á obrar en favor de ellos milagros semejantes á los de Egipto, i que la tierra que tomasen por morada seria la de promision.

Si esto ha sido por orden del rey nigromante de vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media, y que fue poco versado en las historias caballerescas, porque si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasé y leí, hallara a cada paso cómo otros caballeros de menor fama que la mía habían acabado cosas más dificultosas, no siéndolo mucho matar a un gigantillo, por arrogante que sea; porque no ha muchas horas que yo me vi con él, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.

Poco vas a ganar, muchacho; pero, ¡algo es algo! Ya veremos si después encontramos cosa mejor. Castro Pérez había despedido a su escribiente, y en atenta carta avisaba a mi maestro que el empleo estaba a mi disposición. Hacía grandes elogios de , y se prometía encontrar en el nuevo amanuense un joven «inteligente, activo y útil».... Yo dije para , cuando leí el párrafo: ¡Y que gane poco!