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Si don Alfonso el Sabio estuviera cierto en que tales acciones eran ejecutadas, hubiera hablado de ellas como de los demás delitos, sin declarar en su lei que por haberlo oido decir mandaba lo que mandaba, i sin cometer á ninguno la averiguacion del caso, reservándola nada menos que á él i á los sucesores en la corona de los reinos de Leon i de Castilla.

Lea estos papeles, por vida del licenciado, que no ha salido en campaña ¡voto a Cristo! hombre ¡vive Dios! tan señalado"; y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes. Comenzó a sacar cañones de hoja de lata y a enseñarme papeles, que debían de ser de otro a quien había tomado el nombre. Yo los leí, y dije mil cosas en su alabanza, y que el Cid ni Bernardo no habían hecho lo que él.

Mucho alaba S. Gregorio al rey Recaredo por no haberse dejado cegar de la codicia, cuando los judíos le ofrecieron una gran suma de dineros, con tal que derogase estas leyes: las cuales, segun dicen, fueron ordenadas con propósito de impedir que ellos sedujesen á la lei de Moisés á los hombres i mujeres que tenian en sus casas por esclavos.

La impresión ardiente de una hermosura divina; yo no había visto unos ojos que tuviesen la hermosura, el poder, el dulce fuego que hay en vuestros ojos... y luego vuestros ojos, al arrojar sobre su primera mirada, exhalaron instantáneamente una mirada de sorpresa, y luego una mirada de atención, y luego una mirada que me dijo claro, claro, como me lo podrían decir vuestros labios: soy tuya, tuya, cuando quieras, tuya toda, cuerpo y alma, corazón y vida... pude engañarme; pero yo leí eso sin quererlo en vuestros ojos, lo leyó mi alma, y mis ojos debieron deciros lo mismo...

Jadeante y sudoroso, volvió a su cuarto, desnudóse apresuradamente y se metió en la cama. ¡Morro, ma vindicato Si, doppo lei morro!

«Me alegro que pienses de otro modo. ¿Qué es eso de creer que la vida es mala? No, señor mío; ni yo que he sido tan desgraciada tengo esas ideas. El otro día leí en un periódico un artículo muy largo en que trataban, de unos filósofos que tienen ideas parecidas a las tuyas.

Huyeron muchos á Francia por no apartarse de su lei; pero los que, por conservar sus haciendas i domicilios, se quedaron, que fueron unos treinta mil, viéndose compelidos con tormentos i otros rigorosisimos castigos, i á mas, amenazados con la muerte, se bautizaron, quedando judíos en el corazon, aunque cristianos en el nombre, como despues lo dijeron los sucesos.

La novela era su pasión: en el folletín del periódico de su marido, publicó una que éste, aunque enemigo de prodigar elogios, calificaba de piramidal. Yo leí tres hojas, y confieso que no me pareció muy católica. También escribió otra que ella llamaba eminentemente moral. No quise moralizarme leyéndola, y regalé el ejemplar á mi criado, el cual lo traspasó á no quién.

Mi hermana, la duquesa de Somavia, tiene instrucciones mías y te dirá la forma en que dispongo que se emplee el legado. Con ella nada te faltaráEsta carta la leí siendo ya hombre. Mi padre se la había entregado a la duquesa, y ella me la enseñó. Pero recuerdo cuando mi padre la leyó por vez primera, en el Pazo de Valdedulla, estando el conde de cuerpo presente.

I esto prueba clarisimamente que en aquellos tiempos la lei que vedaba á los hebreos hacer logros i grangerias i tratos i contratos con los cristianos, habia de todo punto caducado.