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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Ulises encontró al poeta flaco y amarillento, sumido en un sillón, con la barba luenga y blanca, un ojo casi cerrado y el otro enormemente abierto. Al ver al marino, ancho de pecho, forzudo, bronceado, Labarta se echó á llorar con un hipo infantil, como si llorase sobre la miseria de las ilusiones humanas, sobre la brevedad de una vida engañosa que necesita el oleaje de la continua renovación.

Vió la barbuda cara del Tritón en este supremo instante, vió al poeta Labarta lo mismo que cuando contaba á su ahijado las aventuras del viejo Ulises, su lucha de náufrago con los peñascos y las olas. De nuevo la dilatación marina le arrojó contra una roca, anclándose en ella con el agarreo instintivo de sus manos.

Luego, el muchacho consideraba con no menos devoción todos los recuerdos de gloria que adornaban la casa: coronas de hojas de oro, copas argentinas, desnudeces marmóreas, placas de diversos metales sobre fondo de peluche, en las que brillaba imperecedero el nombre del poeta Labarta. Todo este botín lo había conquistado á punta de verso en los certámenes, como guerrero incansable de las letras.

Y pensaba en su hermano el médico, que vivía retirado en la casa paterna, allá en la Marina, un hombre excelente pero algo loco, al que llamaban el Dotor las gentes de la costa y el poeta Labarta apodaba el Tritón. Cuando de tarde en tarde aparecía el Tritón en Valencia, la hacendosa doña Cristina modificaba el régimen alimenticio de la familia. Este hombre sólo comía pescado.

¡Muy bien! decía Labarta . ¿Capitán de qué?... ¿De artillería?... ¿De Estado Mayor? Una pausa. No; capitán de buque. Don Esteban miraba el techo, alzando las manos. Bien sabía él quién era el culpable de esta disparatada idea, quién metía tales absurdos en la cabeza de su hijo.

Labarta, después de transcurridos doscientos años, no había llegado á perdonar á Felipe V, déspota francés que reemplazó á los déspotas austriacos.

La guerra en Macedonia le tocaba de cerca, como catalán. ¡Vamos á vengar á Roger de Flor! dijo gravemente. Y su tío sintió deseos de llorar y de reír ante esta fe simple, sólo comparable á la memoria retrospectiva del poeta Labarta y del secretario de pueblo que lamentaba todos los días la remota derrota de Ponza.

Alfonso V de Aragón, el único rey marino de España, empleaba años después el resto de su existencia en expediciones contra Génova. Sus principios eran desgraciados. Ulises se acordó de su padrino Labarta al oír cómo este amigo del pasado hablaba del combate naval de la isla de Ponza. Aún no había llegado á consolarse de una derrota ocurrida en 1435.

Sus parientes de Barcelona, mercaderes de ágil entendimiento para la evaluación de una fortuna, sumaban lo que habían dejado el notario y su esposa, y añadiendo lo de Labarta y el médico, casi llegaban á un millón de pesetas... ¿Y un hombre con tanto dinero iba á seguir viviendo lo mismo que un pobre capitán que necesita el sueldo para mantener á su familia?...

Al desembarcar en Barcelona, su madre le entregó una carta escrita casi en su agonía. «Valencia, hijo mío; ¡siempre Valencia!» Y luego de repetir varias veces esta recomendación, le hacía saber que era su heredero. Los libros, las estatuas, todos los recuerdos gloriosos de Labarta, pasaron á Barcelona para adornar la casa del marino.

Palabra del Dia

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