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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Nada dejaba en paz, ni humano ni divino. Se sabía de memoria todos los nombres venerables del almanaque, únicamente por el gusto de faltarles, y así que se enfadaba con sus bestias y levantaba el látigo, no quedaba santo, por arrinconado que estuviese en alguna de las casillas del mes, al que no profanase con las más sucias expresiones. En fin, ¡un horror!

Movía su látigo lo mismo que una caña de pescar sobre la enhiesta pluma, excitando la marcha del caballo con un alarido profesional... Y como si su grito figurase entre las más dulces melodías, continuó diciendo, por una asociación de ideas: En la fiesta de Piedigrotta se daban á conocer, siendo yo mozo, las mejores canciones del año.

Y ya sabes, si no volvemos hasta la noche, no por eso te preocupes nada. Al mismo tiempo el muchacho enviaba a la señora Miguelina un tierno beso y le decía: Hasta la noche, mamá, yo te respondo de papá. Con la punta del látigo acarició el cuello del caballo y el animal tomó inmediatamente el trote en la dirección de Recey.

El universitario aceptó con humildad. ¡Si usted se empeña!... ¡Es usted tan bondadoso!... Sabía Golbasto por experiencia que nada halagaba á este compañero como oir sus versos recitados por su boca. El poeta del cochecillo en forma de concha, de los tres caballos humanos y del látigo sangriento declamaba con una dulzura celestial que hacía verter lágrimas.

La amazona vio al joven en el balcón, descubrió los blancos dientes en una sonrisa y respondió amablemente con una señal del látigo al profundo saludo, devuelto por su compañero con una tiesura enteramente británica. ¿Quién es esa joven, amigo mío? preguntó la tía Liette, a quien Carlos no había oído entrar.

Y mentalmente pensaba: ¡No sospecha que es de ese pasado de lo que vivo! ¡Ah! si pudiera tenerla así a mi lado, libre todavía! Para aturdirse, buscó algún recuerdo que evocar: ¿Y aquel gran látigo que usted se había procurado para pegarme mejor cuando jugábamos a los caballos? Usted decía que pegando fuerte tenía aire de verdadero cochero. ¡Oh!

A veces el cariño le inspiraba ideas feroces, como agarrar un palo y moler las costillas a Primitivo; coger un látigo y dar el mismo trato a Sabel. Pero, ¡ay! Nadie puede usurpar el puesto del amo de casa, del jefe de la familia; y el jefe.... Al capellán le pesaba en el alma la fundación de aquel hogar cristiano.

Alrededor del circo, atados a los pies de un banco hecho con tablas, había diez o doce perros flacos y sarnosos. El domador hizo restallar el látigo, y todos los perros a una comenzaron a ladrar y a aullar furiosamente. Luego el hombre vino con un oso atado a una cadena, con la cabeza protegida por una cubierta de cuero.

Fuera, pues, razones, señor mío: látigo y más látigo, no qué sabio ha dicho que las más de las cuestiones son cuestiones de nombre: aquí, amigo mío, las más son cuestiones de personas. Y con esto despedí a mi cliente, quien no si habrá aprovechado mis consejos. Una cosa tan sólo le supliqué al salir por el umbral de mi puerta.

¿Cómo? preguntó cándidamente Paulita; ¿son esas las salvajes que usted dice? No, contesta Juanito imperturbable; se han equivocado... se han cambiado... Esos que vienen detrás. ¿Esos que vienen con un látigo? Juanito hace señas de que , con la cabeza, muy inquieto y apurado. ¿De modo que esas mozas son los cochers?

Palabra del Dia

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