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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Provincias enteras venían del desierto cargando con sus cebollas para alimentarse; viejos, jóvenes y niños trabajaban acarreando piedras, labrándolas y cargándolas sobre sus hombros, bajo la direccion del látigo oficial; y despues, volvían á sus pueblos los que sobrevivían, ó perecían en las arenas del desierto.

Era para golpear al caballo, pero lo levantaba con facilidad cuando alguno de los peones incurría en su cólera. Te pego porque puedo decía como excusa al serenarse. Un día, el golpeado hizo un paso atrás, buscando el cuchillo en el cinto. A no me pega usted, patrón. Yo no he nacido en estos pagos... Yo soy de Corrientes. El patrón quedó con el látigo en alto.

De vez en cuando, el rostro lívido de aquél aparecía en la ventanilla, y sus ojos negros y hundidos paseaban una mirada angustiosa y feroz por la multitud; pero inmediatamente se dejaba caer hacia atrás, escuchando el incesante discurso del sacerdote. El cochero, enmascarado como un lúgubre fantasma, animaba al caballo con su látigo, conduciéndolo hacia el suplicio.

Entonces se inclinó hacia el suelo, cogió de un rincón un manojo de cuerdas olvidadas, y esgrimiéndolo a manera de látigo, castigó con justicia y sin piedad. Nadie le veía, nadie sentía dolor, y sin embargo las cuerdas acardenalaban las carnes, rompían las galas y mostraban desnudos los cuerpos pecadores.

Aquel día Ribera derrengó a palos media jauría de perros, y el látigo anduvo bobo entre los pobres esclavos, que a su merced se le había subido la cólera al campanario. Cansado de castigos y de pesquisas y viendo que sus afanes no daban fruto, se acerco al arzobispo, que era muy su amigo, y lo informó de su gran desventura, al lado de la cual los trabajos de Job eran can-can y zanguaraña.

¡Alejandro! gritó don Benito al cochero, a Palermo por el Bajo... El carruaje dio vuelta, y los caballos tomaron el trote largo a un simple chasquido del látigo de Alejandro.

Hacía un mes que no conocía ese lujo asiático. La dulce anciana, cariñosa, rodeándome de todas las imaginables atenciones, me traía a la memoria el hogar lejano y otra cabeza blanqueda como la suya, haciendo el bien sobre la tierra. Partí adelante, sólo, para hacer preparar el almuerzo en Chimbe. A la hora de camino, la mula se me cansó definitivamente; ni la espuela ni el látigo eran suficientes.

¡Oh! ¡Si yo estuviera en su lugar me decía con frecuencia rechinando los dientes, cuando Marta se lamentaba y me pintaba todo lo que tenía que sufrir en sus relaciones, cómo les mostraría la puerta a esos lonjistas fríos y altaneros; cómo los haría arrastrarse a mis pies, en el polvo, domados con el látigo de mis sarcasmos y de mi desdén! Pero también tomaba parte en sus pequeños goces.

Te llamas liberal y despreocupado; y el día que te apoderes del látigo, azotarás como te han azotado. Los hombres de mundo os llamáis hombre de honor y de carácter, y a cada suceso nuevo cambiáis de opinión, apostatáis de vuestros principios.

Contuvo a los poneys durante algunos instantes, obligándolos a estarse quietos en su lugar; luego, envolviendo a los delanteros con una doble y larga ondulación de su látigo, los hizo arrancar de un solo golpe, con incomparable destreza, y salió magistralmente del patio de la estación, en medio de un prolongado murmullo de asombro y admiración.

Palabra del Dia

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