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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Un día estaba jugando con un látigo cerca de uno de los carros que estaban en el patio, adonde habían ido a cargar harina. Uno de los caballos se asustó de pronto, y el carretero, un borracho brutal, arrancó el látigo de las manos del niño y con él le cruzó a éste la cabeza y el cuello.

La sensible María Teresa, que se apiadaba de los perros abandonados en la calle y reñía con los cocheros cuando levantaban el látigo sobre las bestias, hablaba fríamente de la muerte, como si únicamente tuviera entrañas para su amor y el resto del mundo careciese de interés.

El cochero, para no ser descortés con sus dos clientes, á los que presentaba la espalda, volvía de vez en cuando el busto, dándoles explicaciones. Por aquí y señalaba con el látigo se va á Piedigrotta. Los señores debían ver el día de la fiesta: es en Septiembre. Pocos vuelven de ella á pie firme. Santa María di Piedigrotta hizo que Carlos III derrotase á los tedescos en Velletri... ¡Aooó!

Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luz, y dormíme yo, que me parecía que estaba con mi padre y mis hermanos. Debían de ser las doce cuando el uno de ellos me despertó a puros gritos, diciendo: ¡Ay, que me matan! ¡Ladrones! Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de látigo. Yo levanté la cabeza y dije: ¿Qué es eso?

El magister, cansado de luchar con este carácter indomable, se provee una vez de un látigo nuevo y duro, y enseñándolo a los niños, aterrados, «éste es les dice para estrenarlo en Facundo». Facundo, de edad de once años, oye esta amenaza y al día siguiente la pone a prueba. No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome en persona, porque el pasante lo quiere mal.

Estaba seguro de haberse mostrado brutal y ridículo. El, que con tanta facilidad realizaba el gesto de amor en sus viajes, experimentando muchas veces una comezón de repugnancia ni pensar en sus copartícipes, se rebeló con un pudor irritado ante los avances de la duquesa. ¡No; con ella, nunca! Despertó en su interior la misma antipatía que le había hecho levantar el látigo siendo adolescente.

En cuanto a sus flancos, son huesudos, redondeados, y retiemblan bajo los golpes reiterados de su larga cola, que, al herirlos, zumba como un látigo. Cuando entró, hubo una formidable explosión de admiración, y los gritos de ¡bravo, toro! resonaron por todas partes.

Sin embargo, dijo con indiferencia: Como queráis; pero ante todo, voy a beber un trago de cerveza. Y después de haber llamado, se recostó en dos sillas y se puso a golpear la repisa de la ventana con el mango del látigo.

Y señalaba con la punta de su látigo una cumbre brumosa que se elevaba á la derecha del camino. Creo agregó que jamás ha hecho usted esa peregrinación. Es cierto. A menudo he tenido tentación de hacerla, pero sin saber por qué, la he aplazado hasta ahora. ¡Pues bien! eso nos viene perfectamente, pero es ya bastante tarde, y si gusta, es preciso apresurarse un poco.

Ningún corderito de ocho días sigue á su madre con más afán que yo te seguiría. ¿Balando y todo? Balando también respondió el tonsurado después de titubear un instante. Pues principie usted ahora, á ver cómo lo hace. ¡Oh, qué mala! ¡qué mala eres, Florita! exclamó acariciando al mismo tiempo con la punta de su látigo la mejilla de la joven. ¿Vas al río? Al río voy.

Palabra del Dia

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