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Actualizado: 26 de junio de 2025
Montó en cólera don Rodrigo por aquella que reputaba gravísima ofensa y aunque allí le detuvieran por el pronto las damas, salió de la casa jurando y perjurando que había de matar al conde en venganza de lo de la espada.
No cesaba de hacerme toda clase de caricias, y al saber que yo también iba a la escuadra, se lamentó de ello, jurando que sería una lástima que perdiese un brazo, pierna o alguna otra parte no menos importante de mi persona, si no perdía la vida. Aquella antipatriótica compasión me indignó, y aun creo que dije algunas palabras para expresar que estaba inflamado en guerrero ardor.
Discutieron, parlamentaron; diose solemnidad al convenio, jurando los dos su fiel observancia ante un emplasto viscoso y sobre un peine de rotas púas, y aquella noche durmió Pedra en el cuarto de Santa Casilda.
Apenas se separaba de ella jurando no volver á verla, avergonzado de su vileza y acordándose de su hija con remordimiento, sentía la necesidad de buscarla de nuevo, se proponía á sí mismo un negocio que hacía necesaria su presencia en París, ó en Madrid, allí donde se encontraba ella, siguiendo su existencia errante de aventurera del amor, tan pronto viviendo casi maritalmente y retirada del mundo, como exhibiendo su belleza y su voz de falsete sobre los tablados de los music-hall. ¿Qué tenía aquella mujer que le trastornaba con el mareo de la embriaguez?
Casi a gatas, como un trapero que hurga en los rincones, recogía los puchos, jurando cuando no encontraba o la cosecha era escasa. ¡Estos bolsistas hasta los puchos pierden en la rueda! murmuraba. Y volviendo a su idea de hacer justicia, como él la entendía, añadió: ¡Vaya si lo hacía, y qué bien hecho estaría! ¡zas! ¡zas! y ¡zas! no hay otro remedio.
El viejo, triunfante por haber reunido alrededor de él a sus antiguos enemigos y adversarios, a todos aquellos a quienes había ofendido o perjudicado, o engañado de alguna manera, corría del uno al otro, estrechándoles las manos y jurando a todos una amistad eterna.
Realmente se interesaba por el curso de la recolección. La acometividad que sentía contra los trabajadores, su deseo de vencer a los de la huelga, le hacían ser laborioso y tenaz. Acabó por establecerse definitivamente en la torre de Marchamalo, jurando que no se movería de allí hasta que terminase la vendimia. Esto marcha decía al capataz guiñando los ojos con malicia.
Rabiosos, locos de odio y de cólera, los dos desgraciados siguieron cambiando durante largo rato insultos, llorando, gritando, jurando. Al fin, cansados, postradísimos, olvidada la ruda querella que acababa de tener lugar entre ellos, se sentaron uno junto a otro y comenzaron a hablar tranquilamente. Los niños se pusieron de nuevo a jugar y a hacer ruido en la habitación próxima.
El se había encerrado con un profesor argentino, jurando á los dioses no volver á la luz hasta poseer esta nueva ciencia, como poseía las otras.
Aceptaron luego; dijéronme su casa y preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el coche, y yo y los compañeros comenzamos a caminar a casa. Ellos, que me vieron largo en lo de la merienda, aficionáronse, y por obligarme me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Híceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar a buscar mis criados y jurando de echarlos de casa.
Palabra del Dia
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