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Actualizado: 6 de julio de 2025
Amábamos a don Pío y lo amábamos con toda el alma; temblábamos ante don Josef y lo respetábamos a fuerza de malquererlo. Don Pío era todo gracia, dulzura y amabilidad; una cara sin pelo de barba, daba a su fisonomía una jovialidad perpetua y atrayente. De dulces maneras, lleno de cariño por los muchachos, nadie le temía, pero todos lo contemplaban.
Volvióse él rápidamente, y con forzada jovialidad contestó: ¿Que no como?... ¡Vaya si como!... ¡Mira!... Y bebióse de un trago, sin resollar siquiera, un vaso lleno de vino hasta los bordes; mostróse desde entonces alegre, hablador y chancero, y levantándose de repente, comenzó a dar vueltas de un lado a otro, como si buscase algo.
Sí; el refinado y tonto merci, quita á nuestros saludos ese aire de jovialidad y de buena fe, ese aire rudo y caballeresco, grave é hidalgo, que es quizá el carácter más notable, más original y más bello de nuestra raza. Jóvenes, creedme; no digais merci.
Mientras le preparaban el baño, estuvo hablando con la superiora de asuntos religiosos: esta conversación la sostuvo con la jovialidad y la gracia propias de su juventud. No hacía mucho que se hallaba en el baño, cuando la superiora, que atravesaba el corredor en el cual estaban los cuartos de baño, creyó oír gritos y gemidos ahogados cada vez más apagados.
Antoñita, por su parte, ya fuese debido a su fuerza de voluntad o a versatilidad de humor, estuvo como nunca, encantadora, haciendo gala de su jovialidad y de su gracia. Quizás un frío observador habría considerado algo febril aquella animación y algo aparente aquella franca alegría. Los dos novios, absorbidos en sus propios sentimientos, no tenían tiempo para analizar los ajenos.
Y resultó ser que llegó al bufete del señor Viondi un empleado suyo, un hombre sencillo y bueno, pero sin gran cultura, y declaró, en medio de la mayor jovialidad, que el doctor José Antonio Cortina disertaría aquella noche en el susodicho Liceo acerca de «un inglés» que pretendía que el hombre descendía del mono. Martí se indignó en medio de la risa general.
Es por eso que, cuando se viaja en Europa entre ingleses y franceses, se ve siempre á los primeros silenciosos, esquivos, encerrándose en su personalidad rigorosa; miéntras que los otros entran desde luego en el amplio carril de la conversacion desembarazada y múltiple, llegando fácilmente hasta la jovialidad.
Ninguna causa positiva justificó el descenso y la caída; pero había prodigado su jovialidad ingénita hasta sentirse entristecido, y había trasvasado sus altruismos hasta ponerse egoísta y había dilapidado sus energías morales hasta caer exánime en la abyección y en el vicio.
¡Ya lo creo! pero así como nuestra economía animal nos exige alimentos que se llaman pucheros, bifes, carbonada, locro ¿te gusta el locro? ¿qué rico es con pedacitos de cordero, eh? bueno, pues lo mismo nuestro ser moral reclama sus alimentos espirituales, que se llaman: resignación, esperanza, jovialidad, ¡risa, ché! ¡risa!... ¡mucha risa! Es muy fácil decirlo. ¡Y hacerlo!
Entre tanto, los Franceses cantaban ó silbaban, hacían todo el ruido posible, mezclándose en los corrillos con una jovialidad especial y burlona; ó en los ratos de fastidio se entregaban á la lectura voluptuosa de novelas y relaciones de viajes, prefiriendo sobre todo las obras de Balzac. El Frances es el hombre del mundo que mas lee, sin contar con que es el que mas canta y rie.
Palabra del Dia
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