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Actualizado: 7 de junio de 2025


Tomás, el hijo mayor, quedaba encargado del jardín; Esteban, después de largos años de monaguillo y ayudante del sacristán, era silenciario y había agarrado la vara de palo con los siete reales diarios, objeto de todas sus ambiciones.

Vaya usted, señor Coliñón, a ver a sus amigos, hasta la hora del refectorio. Ya conoce el camino. Están en el jardín, de seguro, esperándole con impaciencia. El señor Colignon recorre unos pasillos, donde huele a bazofia, y sale al denominado jardín; un jardín sin más flores que algunos asfodelos.

Cuando es plenilunio, entro en el boscaje, de ensueños poblada la imaginación, y bajo la sombra del tibio follaje me siento muy niño, más cerca de Dios. Es la confidente de mis hondas cuitas la luna que argenta mi amado jardín, y me habla de aquellas prestigiosas citas que tuve con ella en un mes de Abril. Los recios flabelos de los cocoteros meciendo mi sueño, cantan sin cesar.

Y para calmar la impaciencia bélica del ruso, el príncipe Tong remitía, con estos recados sutiles, algún substancioso presente de confites o goma de bambú en caldo de azúcar. Había un kiosco en el jardín, bajo los sicomoros, que se denominaba, al modo chino, el «Reposo discreto»; a un lado un arroyo fresco cantaba dulcemente bajo una fuentecilla rústica pintada de color de rosa.

Cruzaban el zaguán de la casita, entraban en el jardín y se dirigían al cenador cubierto de viña virgen, que el pilón resguardaba. Hallábase el pilón vacío, y el tubo de bronce del surtidor no despedía ni gota de agua. Pero Pilar sabía de antemano la hora del singular fenómeno, y calculaba con exactitud.

Al recibir la generosa propina de Ferragut, el cochero le saludó con una sonrisa familiar, un gesto de compañerismo que pasaba por encima de todas las diferencias sociales, uniéndolos como simples hombres. El había traído muchas parejas á este discreto jardín, con sus cerrados comedores sobre el golfo. «Buen apetito, signore

En la calle de las Termas volvió á visitar la casa del poeta trágico; luego admiró la de Pansa, la más grande y lujosa de la ciudad. Este Pansa había sido, indudablemente, el burgués más ostentoso de Pompeya. Su vivienda ocupaba toda una ínsula. El xystos, jardín adosado á la casa, había sido replantado con una vegetación griega de cipreses y laureles entre cuadros de rosas y violetas.

Y aquí cortara la visita doña Guiomar, y al señor Ginés de Sepúlveda dejara irse, por volver cuanto antes al jardín, impulsada por el ansia en que la tenía el haber dejado a solas y en lugar apartado y espeso a Miguel de Cervantes y a Margarita; que sobresaltada estaba la hermosísima viuda, y celosa y con toda el alma puesta en el jardín, antojándosela que oía ternezas y veía rendimientos que Cervantes prodigaba a Margarita.

Una tarde de fines de agosto, el escudero vino a decirle que Gonzalo, el mayor de los hermanos, se paseaba en compañía de Beatriz bajo los árboles. Ramiro fuese a mirar por entre los setos. Largo tiempo pasó ocupado en atisbar, por distintos parajes, el vecino jardín. De pronto, un calofrío, anterior a toda idea, le corrió por el cuerpo. Volvió a mirar.

El plazo tan pronto me parecía muy corto como se me antojaba muy largo. Creo que hubiera deseado tanto experimentaba la necesidad de pertenecerme que aquel exiguo respiro nunca tuviera fin. Volví el otro día y los siguientes y hallé el mismo reposo y la misma seguridad. Recorrí toda la casa, visité el jardín, senda por senda; Magdalena estaba por doquier.

Palabra del Dia

rigoleto

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