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Don Camilo, en un grupo, conversaba con los padres de Valentina; Martín, que se había separado de ellos, porque era gran fumador, echaba, escondido entre los árboles, grandes bocanadas de humo. Valentina y yo mirábamos la noche que empezaba a caer, desde una glorieta formada por madreselvas y jazmines que quedaba a un extremo del jardín. ¿Ha estudiado astronomía usted, Julio? me decía.

El ardoroso sol de los últimos días primaverales inundaba todo el jardín, engendrando sombras enérgicamente proyectadas que dibujaban en la arena formas extrañas. El movimiento y los ruidos iban devolviendo animación a la casa.

Y dos meses estuvo almorzando pechugas de faisán con vinos olorosos, y paseando por el jardín con su capa de armiño y su sombrero de plumas, hasta que un día vino un chambelán de casaca carmesí con botones de topacio, a decirle que la reina lo quería ver, sentada en su trono de oro. Estoy cansada de ser reina, Loppi. Estoy cansada de que todos estos hombres me mientan y me adulen.

Don Carlos le permitía pasear sin compañía cuando subía al monte de los tomillares por la puerta del jardín; por allí no podía verla nadie, y al monte no se subía más que a buscar leña. Aquel día su paseo fue más largo que otras veces.

Las puertas estaban ya, sin embargo, guardadas y prohibida la salida; púdose, a pesar de todo, hacer saltar la tapia del jardín a un pinche de cocina, y este fue el encargado de llevar al diplomático la embajada de la condesa.

El palacio del Emperador no es seguramente uno de los mejores de Europa; es modesto y nada mas: en el jardin que por un lado le adorna se levanta una estatua dedicada á Francisco I. La plaza de armas, próxima al palacio, da frente al Jardin del Pueblo, cuyo título no he comprendido aun; en la capital de un imperio gobernado con las formas absolutistas, me figuro que es lo que los franceses llaman una plaisanterie, aunque no del mejor gusto.

A la caída de la tarde he ido a la iglesia que está lindante con nuestro jardín, y he dado gracias a Dios. Para ir al templo, hay que atravesar el cementerio. He visto en él una fosa abierta, que me ha hecho pensar mucho en lo efímero de nuestra existencia. Mientras yo estaba contemplando la fosa se ha verificado el entierro. He presenciado una escena por demás conmovedora.

Adornaban las paredes con dibujos y figuras de colores brillantes, y en los recodos había muchos nichos con jarras y estatuas. Si la casa estaba en calle de mucha gente, hacían cuartos con puerta a la calle, y los alquilaban para tiendas. Cuando la puerta estaba abierta se podía ver hasta el fondo del jardín. El jardín, el patio y el atrio tenían alrededor en muchas casas una arquería.

Dedicóse al glorioso apóstol de las Indias San Francisco Xavier, para que desde el cielo mirase propicio con ojos de piedad aquella viña inculta de gentilidad, y la convirtiese con celestiales bendiciones en Jardín del Paraíso. No le salieron al Padre fallidas sus esperanzas.

Veamos cómo desarrollaría la acción para lograr que se vieran y se conocieran los dos personajes. Un día la dama llora más que nunca, y mira más fijamente al jardín; su vestido es más blanco que nunca, y más rubios que nunca sus cabellos.