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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Y ya que de esto se trata, aunque le parezcan irrespetuosas y tal vez impúdicas mis palabras, usted debiera apresurarse a tomar estado para no dejar que se extinga tan buena casta como es la de los Gutiérrez de Cisniega; y de hacerlo, debe buscar varón a propósito, no por cierto un jamelgo empedernido y seco como D. Pedro, sino un cachorro tiernecito que alegre la casa, un joven, pongo por caso, como este Gabriel, que nos está oyendo, el cual se daría por muy bien servido, si lograra llevar a sus hombros carga tan dulce como usted.

Uno de los ciclistas, que era campeón laureado, iba y venía, adelantándose a los otros, y todos corrían más veloces que el jamelgo de Frasquito, quien tenía buen cuidado de no hacer locuras, manteniéndose en un paso y trote moderados. Nada les ocurrió en el viaje de ida.

¿Sabe usted, amigo, que el trote de este jamelgo es un poco duro? Si usted tuviese la bondad de ir más despacio... , señor; con mucho gusto. Pues no le nunca quejarse al señor cura de su caballo. Antes dice que es una alhaja... Como yo no estoy acostumbrado a esta clase de montura... Eso será... Aunque vayamos con calma, hemos de llegar al oscurecer a casa.

Cuando las ganancias habían sido por ventura fenomenales, alquilaba un jamelgo, se iba trotando hasta la Puerta de Hierro, o daba la vuelta a Madrid paseando por el Retiro entre las filas de coches de lujo y jinetes ricos. Para que esta parodia vil y nauseabunda de las disipaciones de la clase superior fuese más completa, tenía sus pequeñas deudas con el mozo del café y con los amigos.

Y allí prosiguieron los cánticos, los brindis y los discursos filosófico-sociales de Antero. Mas he aquí que cuando más vivo era su entusiasmo y mayor el ruido, ven aparecer de lejos la figura estrafalaria del señor de las Matas de Arbín. Venía D. César montado en un jamelgo escuálido.

Tona, después de vestirme yo tiritando de frío y sin conciencia cabal de lo que hacía, me sirvió un canjilón de café que acabó de espabilarme; y cuando bajé al portal, vislumbré, a la opaca luz de un farol que tenía Chisco en la mano, la negra silueta de don Sabas, a caballo en su jaquita rucia, que no me era desconocida, así como el espelurciado jamelgo que casi me metió el espolique entre las piernas para abreviarme la operación de montar en él.

Metido ya en la grieta como una lagartija, apenas daba el camino, «usgoso» y desconcertado, para sentar sus pies, con grandes precauciones, mi jamelgo.

Entra una especie de jamelgo de coche fúnebre, un larguirucho esqueleto apocalíptico, de una delgadez inverosímil. Es la señora marquesa-presidenta. Mucha nobleza y condescendencia. Esta dama, sin edad y sin belleza, de ojillos negros y penetrantes, lanza sobre todos los humanos una mirada impregnada de desprecio y de compasión. Vera le presenta a Sita.

Sin embargo, como el médico insistía en los paseos a caballo, se determinó a alquilar un jamelgo para dar una vuelta por las afueras, de madrugada. Miguel alquiló otro para acompañarle, y así que Dios amanecía, salíanse ambos por la puerta de Toledo o San Vicente, y se espaciaban por aquellos campos media legua o una, según el tiempo y la ocasión.

Por el centro del paseo circulaban rápidamente algunos carruajes de caballos briosos y, siguiendo la línea de las sillas de hierro, se veían parados unos cuantos simones con el jamelgo caído el cuello y el cochero tumbado en el pescante deletreando El Cencerro.

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