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Comprendí su criminal designio, pero no tan pronto que no tuviera él tiempo de murmurar jadeante, lanzando un terrible juramento: ¡Esta vez no se escapará! El golpe que le di en medio de la neblina no produjo el efecto deseado; pero aquí, una vez caído abajo, no podrá volver a meterse en mis asuntos. ¡Abajo con usted!

Aguárdese usted un poquirritiyo... Todavía no me las ha pagao todas respondió sin abandonar su cruel tarea. Al fin, cansada, jadeante, los brazos quebrantados, el rostro cubierto de sudor, se alzó y me miró con ojos donde todavía llameaba la ira. ¿Sabuté? me dijo .En estos días que viene desjarretao como un toro, me aprovecho.

A la noche siguiente, que era la última, asistí al espectáculo, como lo había hecho las nueve anteriores, y cansado y jadeante ante tanto paso doble, tantos himnos guerreros, tanto moro-moro y tanta monotonía en el declamando nasal, que por nada varía, la loa final.

El roce de su traje producía en ellas un ruido continuo, rápido, parecido a la respiración jadeante de alguien que la siguiera; y presa de pueril temor, volvía a veces el rostro atrás, riéndose al convencerse de su ilusión.

Había tenido noticia de lo que se trataba y venía desde el billar jadeante, trémulo, como si se tratase realmente del desafío de un hermano. Se dirigió con voz alterada a los padrinos diciéndoles que aquel lance no podía efectuarse, que era necesario arreglarlo y que él estaba dispuesto a hacer cuanto fuese necesario para ello dejando el honor de ambos a salvo.

El Chiquito se detenía á descansar jadeante: ya no lanzaba ojeadas en derredor con expresión de triunfo, sino con la opacidad de la angustia.

Encontraba un placer nuevo ejerciendo de amo de la inmensa finca; creía de buena fe desempeñar una gran función social contemplando desde su sombreado retiro el trabajo de tanta gente, encorvada y jadeante bajo la lluvia de fuego del sol. Las muchachas extendíanse por las pendientes, con sus faldas de colores, como un rebaño de ovejas azules y sonrosadas.

El Menut, con una fuerza nerviosa, jadeante el angosto pecho y trémulos los brazos, le había arrojado a la cabeza todo un montón de masa, y el mocetón, aturdido por el golpe, no sabía cómo despojarse de aquella máscara pegajosa y asfixiante. Le ayudaron los compañeros. El golpe le había destrozado la nariz, y un hilillo de sangre teñía la blanca pasta.

Tomó entonces en brazos a Magdalena y corriendo como un loco la llevó a su aposento, la depositó jadeante y afónica sobre el lecho y tiró con todas sus fuerzas del cordón de la campanilla en demanda de socorro.

El profesor temía las escaleras y las cuestas á causa de su obesidad de sedentario dedicado á los estudios; pero, á pesar de esto, acometía valerosamente cualquiera de las rampas en torno á las patas de la mesa, llegando arriba congestionado y jadeante, con su honorífico gorro en una mano, mientras se limpiaba con la otra el sudor de la frente, echando atrás la húmeda melena.