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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Su padre la había tenido en una inglesa, manceba de un tonelero irlandés que había llegado a Valencia en busca de trabajo. Llamábase Rosa Coote. Era espléndidamente bella y lo hubiera sido más a cuidar algo del adorno o aliño de su persona. La miseria, en que ordinariamente vivía aquel hogar ilícito, la había hecho sucia y andrajosa.
Hijo de irlandés, y católico, aunque nacido en un país disidente, invocó con confianza los auxilios que necesitaba.
Una modista de California, que se llamaba propietaria, y se mudaba tres veces por dia, descollando por sus encajes, sus enormes dientes y sus amabilísimas muecas, se había empeñado en conquistar al Irlandes á todo trance; pero el buen viejo, que parecia entender mejor el verbo to drink, hecho para el paladar, que el to love, destinado á las honduras del corazon, le frunció las cejas de tal modo á la modista, que la infeliz, para vengarse de la altiva Irlanda, se resignó á coquetear con el jefe de ingenieros del vapor, jayan de la raza pura de John Bull.
Cuando estéis entre los demás, respetadle como teniente; pero si aquí os molesta, os autorizo para que le deis una buena. Se siguió el consejo, y un día Arraitz le calentó las costillas para una temporada. Como éramos la parte más tranquila de la tripulación, se hizo amigo nuestro un irlandés, Patricio Allen.
San Patricio refiere, que es hijo de un caballero irlandés y de una señora francesa, y que sus padres, poco después de su nacimiento, se han retirado á un monasterio; que él mismo, educado piadosamente, disfruta desde sus primeros años del don de hacer milagros, y que, cautivo poco antes por piratas, se ha libertado de ellos con la ayuda del cielo, que lo ha socorrido promoviendo la tempestad, causa del naufragio del buque.
Fundábanse los que tan feo vicio imputaban al irlandés, en que cuando pasaba por la calle la Majestad de Fernando ó Amalia, la Alteza de mi tío el doctor ó de don Carlos, el buen comerciante dejaba apresuradamente su vara y su escritorio para correr á la puerta, asomándose con ansiedad y mirando la real comitiva con muestras de ternura y adhesión.
¿Qué te mezclas tú? ¡Canalla! ¡Miserable! gritó Ugarte. Y, en su furor, sacó una de las limas de las sacadas del pontón, que aun llevaba, e hirió al irlandés en la mejilla. Este, de pronto, se levantó, cogió el banco en donde estaba sentado, lo alzó en el aire y le dio a Ugarte tal golpe en la cabeza, que lo dejó muerto.
Era irlandés, hijo de pobres labradores y, según su biógrafo Lavalle, pasó los primeros años de su vida conduciendo haces de leña para la cocina del castillo da Dungán, residencia de la condesa de Bective, hasta que un su tío, padre jesuíta de un convento de Cádiz, lo llamó a su lado, lo educó medianamente, y viéndolo decidido por el comercio más que por el santo hábito, lo envió a América con una pacotilla.
Los irlandeses se las echan a su vez de celtas, y, sin embargo, yo me siento mucho más afín a un madrileño que a un irlandés. No continúo . Yo no soy celta. Soy, sencillamente, un hombre nervioso y, en vez de unirme a un celta sanguíneo, prefiero hacerlo a un ibero de mi mismo temperamento. ¿Por qué no han de asociarse los hombres por temperamentos en vez de hacerlo por razas o por religiones?
Un ayuda de cámara irlandés se encargaba de contestar, imitando su firma, los centenares de cartas femeniles que llegaban semanalmente de todos los extremos del planeta pidiendo á Gould un autógrafo sentimental. Mina vió su casa, elegante edificio de madera, verde y blanco, entre jardines siempre primaverales.
Palabra del Dia
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