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¡Mira, mira qué cortinas! Siéntate en esa butaca, y yo a tus pies, en ese almohadón como un perrito; luego nos iremos a tu casa. Salimos acaloraos y nos da un aire... Otra cosa mejor; ven a esa silla que parece un ocho, y te doy ocho mil besos. No, chico: los besos son como las aceitunas: que abren el apetito, y tenemos que largarnos pronto.

¡Ah! exclamó, alzando la voz para poder ser oída por don Gil no me nombren esas procesiones de vírgenes mundanas. ¡Qué vírgenes serán esas que salen con coronas de rosas y cirios en las manos! Una vez vi eso, y me entró tal grima, que tuve que confesarme en seguida de la cólera que me había dado. No me nombren eso. ¡Qué escándalo, Dios mío! ¡A dónde iremos á parar así!

Recapacite usted en que, por mi influencia, hará rápidamente carrera y podrá llegar en menos de diez años... ¡Diez años! exclamé con una especie de terror. ¡Cómo! repuso el Duque asombrado. ¿Considera usted que es pagar demasiado caras la gloria y la fortuna? Vamos, joven, decídase, y pronto iremos a Versalles.

Un alemán más o menos entre cien mil no nos ha de sacar ciertamente de apuros; en cambio, si alguno de ustedes vuelve estropeado, será difícil encontrar quien le sustituya. ¡Oh, no tenga usted cuidado, doctor!, ¡iremos con el ojo alerta! Mis hijos respondió altivamente Materne son verdaderos cazadores y saben esperar y aprovechar la ocasión.

¡Ah! les aseguro a ustedes que no vuelvo a hacer estas cosas en casa; ustedes no saben lo que es esto; otra vez, Braulio, iremos a la fonda, y no tendrás... Usted, señora mía, hará lo que... ¡Braulio! ¡Braulio!...

Al sentir Juan acariciado el rostro por el cosquilleo del pelo de Cristeta, dio al olvido la pregunta que hizo, la respuesta que esperaba, hubiera olvidado hasta la gloria si entonces se la hubiesen ofrecido, y estrechando contra el pecho la cabeza de su amada y pegando los labios a su oído, le dijo: Iremos donde quieras, solos... o con tu chico..., yo seré su..., lo que mandes, ¡alma mía!

Y dio dos pasos hacia la puerta. Escúchame un instante insistió él deteniéndola . Sólo un instante. Tengo fortuna sobrada; mi viaje, según cree todo el mundo, se verificará esta noche. Estamos en un país libre, iremos a otro más libre aún. En los Estados Unidos nadie le pregunta a nadie de dónde viene, ni adónde va, ni quién es, ni qué hace. Nos vamos juntos. La vida juntos ¿oyes? la vida.

Obdulia volvió a taparse el rostro con las manos y dijo entre sollozos: No es eso... Es otra cosa peor... Yo tengo un secreto, padre; un secreto que me pesa en el corazón hace tiempo y que me ahoga... El P. Gil quedó unos instantes suspenso, y dijo al fin: Si usted lo desea, iremos a la iglesia y la escucharé en confesión.

Junto a él tenía espontaneidad, agudeza, sensibilidad, gracia, donosura, fantasía. Al separarse, parece que se cerraban sobre ella las negras puertas de una prisión. Pues yo digo que iremos a donde quieras observó el ciego . Me gusta obedecerte. Si te parece bien, iremos al bosque que está más allá de Saldeoro. Esto, si te parece bien.

La gente quiere que el trueno gordo estalle en el momento mismo que empiece el día del santo, y espera que el santo lo oiga desde el cielo y se alegre de que sus patrocinados le saluden y feliciten. ¿Por qué no se animan ustedes y van a gozar de todo esto? Iremos juntos. Yo las acompañaré. Bien quisiera yo ir contestó Juana ; pero temo que nos pongan como chupa de dómine cuando nos vean reunidos.