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En ella hay jardines y paseos, cuyos árboles, nuevos aún, no consiguen dar sombra y frescura; pero ya crecerán, y allá iré, si Dios me da vida, a recordar debajo de sus copas los deliciosos días que pasé a su lado. La disposición de los paseos, la variedad de plantas que el señor Paco me mostraba con orgullosa satisfacción, no me la producía a extremada en verdad.

¡Pues bueno! obedezco... me iré mañana... si no hay vapor en nuestros puertos marcharé a tomar uno en Inglaterra... Esta noche le mandaré la carta para Fabrice... se la entregará usted en tiempo oportuno... Adiós, señora... Estrechó efusivamente con sus dos manos la mano de la vizcondesa y se retiró. Dos días después se embarcaba en el Havre con rumbo a los Estados Unidos.

A las ocho ya estaba doña Lupe de vuelta, y parecía una pólvora; tal era su actividad. Como que a las diez debían ir a la Iglesia. «Pero no, no iré, porque si voy, de fijo me hace Papitos algún desaguisado». La suerte fue que vino Patricia, y entonces se decidió la señora a asistir a la ceremonia.

¿Y qué quiere la Dorotea? preguntó el duque estremeciéndose, porque veía de nuevo asomar la fatídica figura del bufón, que había llegado á convertirse para él en un espectro. La Dorotea... quiere ver á vuecencia... al momento; me ha mandado llamar para eso solo... está enferma... muy enferma... Iré, iré... Id á decírselo. Un momento, señor; tengo que hablar á vuecencia de asuntos míos.

Yo no iré, mamá, yo no iré le decía Leonor al oído , sin que lo oyese la directora; aunque ya Leonor le había dicho a esta que, si quería doña Andrea, ella quería ir.

¿Dónde iré si me abandonas?... Si me quedo en España, continúo bajo la dominación de la doctora. No puedo volver á los Imperios donde pasé mi vida; todos los caminos están cerrados, y en aquellas tierras renacería mi esclavitud... Tampoco puedo ir á Francia ó Inglaterra: tengo miedo á mi pasado.

No me iré hasta dejar a José bajo tierra. ¡A que ! No, coronel; ni que me diera usted a todo Ruritania. ¡Terco! exclamó. Venga usted aquí. Me llevó a la puerta. La luna iluminaba el camino y vi a cosa de quinientas varas un grupo de hombres que se acercaban por el camino de Zenda. Eran siete u ocho, cuatro de ellos a caballo, y vi que llevaban al hombro palas y azadones.

Iré seguramente por mis pobres, iré... y ella me dará dinero, pero no me dará nada más que dinero. La Marquesa daba algo más, daba parte de su vida, parte de su corazón, juntos íbamos todas las semanas a visitar a los pobres y enfermos. Ella conocía todos los sufrimientos y todas las miserias de la aldea.

Tomaremos el tren, y en el tren iremos hasta donde podamos dijo Celipín con generoso entusiasmo . Y después pediremos limosna hasta llegar a los Madriles del Rey de España; y una vez que estemos en los Madriles del Rey de España, te pondrás a servir en una casa de marqueses y condeses y yo en otra, y así mientras yo estudie podrás aprender muchas finuras. ¡Córcholis!, de todo lo que yo vaya aprendiendo te iré enseñando a ti un poquillo, un poquillo nada más, porque las mujeres no necesitan tantas sabidurías como nosotros los señores médicos.

Está bien, Juanita dijo . Iré en tu compañía y te prestaré mi auxilio. Muy fina prueba de mi amistad te daré con esto, porque yo también puedo comprometerme. Entendámonos repuso Juanita . Yo no quiero tu auxilio. ¿Qué mérito tendría entonces mi victoria? no te comprometerás, porque te quedarás escondida y nadie sabrá que has estado en mi casa.