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18 Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; 19 ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y como aún estuviese lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.

Están bien, señor; no se puede decir que están mal... ¡Ah! si su espíritu estuviese lo mismo... ¡Pero no lo está! no, no lo está. En fin, Giraud, no hay que desesperar. ¿Quién sabe? Todo puede cambiar. ¡Oh! no, señor; no hay esperanza alguna... Pero, con su permiso, si el señor quiere servirse entrar, iré á anunciarle á las señoras.

Algo de esto pasa, chulita, y una cosa es hablar desde la altura de una salud perfecta y otra al borde del hoyo... Pero en esto del matrimonio te aseguro que no han variado mis ideas. Sigo creyendo que el casarse es estúpido, y me iré para el otro barrio sin apearme de esto. ¡Qué quieres! Yo he visto mucho mundo... A no me la da nadie.

Todo se le cree, señora madre respondió Monipodio , y estése así la canasta; que yo iré allá a boca de sorna, y haré cala y cata de lo que tiene, y daré a cada uno lo que le tocare, bien y fielmente, como tengo de costumbre.

Apresúrate, Perla, ó me incomodaré, gritó Ester, quien, acostumbrada á semejante modo de proceder de parte de su hija en otras ocasiones, deseaba, como era natural, un comportamiento algo mejor en las circunstancias actuales. Salta el arroyuelo, traviesa niña, y corre hacia aquí: de lo contrario yo iré á donde estás.

No nos hablamos ahora. Hace días tuvimos una cuestión. En fin, antes que acudir a mi hermana, iré a Su Majestad, me echaré a sus pies... , , seguramente... es lo mejor. No, no, no... Creo que de aquí a mañana me moriré de dolor. ¿Está abierta la capilla? Voy a rezar un rato, a ver si el Señor me ilumina... Adiós, adiós... Volveré mañana, a ver, a ver si hay alguna esperanza.

Mañana gozaré la primera alegría de mi vida, rasgando esta mortaja en pedazos pequeños, muy pequeños, para que nadie la pueda utilizar. Seré hombre; me iré lejos, tan lejos como pueda; quiero saber cómo es el mundo, ya que en él vivo.

Tengo miedo... ¡Bah! iré yo. Adriana se aproximó a la celdilla, fingió entreabrir la cortina, y volvió con una expresión maravillada. ¿Cómo está? le preguntaron. ¡Pelada! Las dos se aproximaron a su vez, caminando de puntillas; el ruedo de sus camisones se estremecía sobre los pies desnudos. Ambas, ávidamente, abrieron la cortina.

Iré a Rosalinda esta misma tarde exclamó Simón mientras coloreaba el rubor su rostro.

... me consta que le amas, mancillando mi nombre, ultrajando á tu esposo, confundiéndote con esas despreciables mujeres... ¡El nombre, el nombre de quien amo! Don Francisco de Quevedo. Pues bien, , es verdad; le amo... más que eso; soy su amante. Irás de aquí á un convento exclamó irritado el duque. No iré. ¿Que no irás...?