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Actualizado: 26 de junio de 2025


Esta, con su estupidez inveterada, en vez de disimular su poder y hacerse perdonar del mundo aquella inaudita usurpación, la pregonaba a son de trompeta en los teatros y paseos, donde se presentaba colgada del brazo del duque. Poco después comenzó a circular por Madrid la noticia de que se casaban. El asombro y la indignación que produjo fueron vivísimos.

Era menester morir o vencer en la demanda. Los respetos sociales, la inveterada costumbre de disimular y de velar los sentimientos, que se adquieren en el gran mundo y que pone dique a los arrebatos de la pasión, y envuelve en gasas y cendales y disuelve en perífrasis y frases ambiguas la más enérgica explosión de los mal reprimidos afectos, nada podían con Pepita, que tenía poco trato de gentes, y que no conocía término medio; que no había sabido sino obedecer a ciegas a su madre y a su primer marido, y mandar después despóticamente a todos los demás seres humanos.

Sólo diré que pronto fue aceptado como uno de la partida; que los niños, con aquella pronta inteligencia que la Providencia da a los inocentes, reconocieron en él un amigo y jugaron con su rubia barba, largo y sedoso bigote, y se tomaron otras libertades según su inveterada costumbre.

Diógenes, por el contrario, vivía en una modesta maison meublée, y sentábase de diario a la primera mesa que hallaba puesta, sin esperar a que le invitasen, por cierta especie de derecho de cuchara que garantía su poquísima vergüenza, por una tradición constante que la inveterada costumbre había convertido en ley escrita en las pandectas de la capigorronería madrileña.

Por fuera, el dulce sol de septiembre, un aroma de hojas maduras, que una ligera brisa trae del bosque, y el puro incienso que exhalan los campos hacia un cielo azul pálido... Dentro, un aliento pestilente de fiebre, un hedor de roña inveterada, exhalaciones rancias, y, en una cama indescriptible, entre trapos sucios que apenas lo cubren, un esqueleto lívido, de arrecido sudor y en el que sólo brillan dos ojos ardientes, feroces, atrevidos, desesperados, dos ojos en cuyo fondo se leen todos los terrores de la muerte y todas las ambiciones de la vida.

Ora dudaba del saber del Padre Ambrosio atribuyendo a jactancia sus ofrecimientos, ora recelaba de un modo confuso que el Padre Ambrosio intentaba hacerle juguete de una burla cruel para reprimir y humillar su ambición impotente e inveterada.

Más que a la pericia militar del gran duque de Alba, y más que al formidable ejército que conducía, se debe acaso a la buena maña y sutil diplomacia de don Cristóbal la unión de Portugal y de Castilla, y sobre todo, que esta unión se lograse con poca violencia, sangre y estrago, haciéndose así apta para contraponerse al poder disolvente de los malos gobiernos ulteriores, adormecer y calmar la enemistad inveterada entre castellanos y portugueses, y conseguir que al menos durase sesenta años la unión de ambas naciones, a pesar de nuestra rápida y lastimosa decadencia.

Los que abajo hacían el gasto tomando café ó chocolate, sentían en los momentos agitados de la polémica un estruendo espantoso en las regiones superiores, de tal modo, que algunos, temiendo que se les viniera encima el techo con toda la mole patriótica que sustentaba, tomaron las de Villadiego, abandonando la costumbre inveterada de concurrir al café.

Por dicha, no obstante, D. Valentín tenía la inveterada costumbre de no hacer la menor cosa sin mirar antes á su mujer para notar la cara que ponía y si le retraía de consumar ó le alentaba á que consumase su conato de acción.

Sentía Obdulia en aquel momento así... un deseo vago... de... de... ser hombre. Hombre era, y muy hombre, el maestro de escuela Vinagre, don Belisario, que se disfrazaba de Nazareno en tan solemne día, según costumbre inveterada y era el más terrible Herodes de primeras letras los demás días del año.

Palabra del Dia

rigoleto

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