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Actualizado: 13 de junio de 2025


Unas veces empuñaba el volante, otras se mantenía al lado de su chófer, un indiazo de ojos feroces y sonrisa boba que manejaba el vehículo con una autoridad natural, como si el automovilismo datase de los tiempos de Moctezuma. Nunca he creído tanto en la fidelidad de los presentimientos como cierta noche que intenté negarme á acompañar al general en su paseo nocturno.

¿No conoce usted, en efecto, los medios por los que puede resolverse el problema? le pregunté al anciano señor Hales, pues se había apoderado de en ese momento la sospecha de que él los conocía bien. Le aseguro que no puedo decirle nada fue su rápida réplica, porque no los conozco. Sin embargo, a me parece que esa copla forma, de alguna manera, la clave. Intente otro arreglo de las cartas.

Sin embargo, no se crea que intente abandonar el campo á los escépticos ó atrincherarme en la necesidad, contento con señalar un hecho de nuestra naturaleza; la cuestion es susceptible de diferentes soluciones, que si no alcanzan á llevarnos mas lejos del non plus ultra de nuestro espíritu, dejan mal parada la causa de los escépticos.

Antes de emprender el viaje de Bato á Viga recomiendo al que lo intente haga testamento y se ponga bien con Dios. En cuanto á la forma de locomoción entran todas las conocidas en el país, llegando á algunos puntos, en que el viajero tiene que ayudarse de bejucos tendidos sobre los precipicios, ó las casi verticales estribaciones del gran Cantilamo.

Que lo intente, y concluida la obra, preséntese de improviso el original, es bien seguro que no se le conocerá por la copia.

No ; acaso media hora, acaso mucho más. Un momento intenté retirar la mano, pero la enferma la oprimió más entre la suya. Todavía no... murmuró, tratando de hallar más cómoda postura a su cabeza. Todos acudieron, se estiraron las sábanas, se renovó el hielo, y otra vez los ojos se fijaron en inmóvil dicha. Pero de vez en cuando tornaban a apartarse inquietos y recorrían las caras desconocidas.

No me has hablado nunca de eso declaró severamente Jacinta . Lo último que me contaste fue... qué yo... No me gusta recordar esas cosas. Pero se me vienen al pensamiento sin querer. «No la vi más, no supe más de ella; intenté socorrerla y no la pude encontrar». A ver, ¿fue esto lo que me dijiste? , y era la verdad, la pura verdad.

No le preocupe nunca, sobre todo en el orden moral, más que la extrema altura del objeto y la necesidad de acercarse a él lo más posible; eso le prestará a usted mucha humildad y mucha fortaleza. La imposibilidad casi general, de alcanzar lo extremo de ciertos ensueños hará que considere estimable y digno de piedad, el esfuerzo que cualquier hombre de buena fe intente hacia la perfección.

Yo, entonces, cortado y pesaroso de mi indiscreción, intenté retirarme, balbuceando algunas frases de disculpa. Pero él me detuvo por un brazo, diciendo en voz alta: ¿Quién es usted? ¿Qué desea? Soy el caballero de la Roche-Bernard contesté; y vengo de Bretaña... Ya , ya repuso. Y me abrazó, obligándome luego a que me sentara junto a él.

Pues para probar que hablo seriamente, me voy a permitir darle a usted un consejo. Diga usted. Haga usted una prueba... doble. La empresa está ya convencida de que usted sirve, y de que el público ha de quererla más cada día. En cuanto usted lo intente, verá cómo le guardan ciertas consideraciones.

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