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Actualizado: 28 de junio de 2025


Gabriela volvióse de pronto, y me dijo con sencilla franqueza: ¿A que adivino en qué piensa usted? ¿En qué? ¿Me ofrece usted decirme la verdad? . ¡Piensa usted en.... Linilla! ¿En Angelina? ; desde que salimos no aparta usted los ojos de aquellas montañas. El amor no puede estar escondido.... Cuando hablo de esa niña no me responde usted.... ¿Le inspiro poca confianza?

No había personaje de paso en París, viajero polar ó cantante famoso que escapase sin ser exhibido en el comedor de Lacour. El hijo de Desnoyers en el que apenas se había fijado hasta entonces le inspiró una simpatía repentina. El senador era un hombre moderno, y no clasificaba la gloria ni distinguía las reputaciones. Le bastaba que un apellido sonase, para aceptarlo con entusiasmo.

Yo estoy en peligro lo mismo que continuó Freya con acento desesperado . No cuál es el peligro que me amenaza ni de qué parte vendrá, pero lo adivino, lo presiento sobre mi cabeza... De nada puedo servirles; ya no les inspiro confianza y muchas cosas. Poseo demasiados secretos para que me abandonen, dejándome en paz; han acordado suprimirme: estoy segura de ello.

Este tímido deseo me inspiró un pensamiento, y la inspiración de este pensamiento llevó mi mano al cordón de la campanilla, del que tiré fuertemente.

Una vez, después de muchos días que faltaba de esta casa, vino a verme y me halló sola. Al darme la mano lloré; sin hablar me inspiró el infierno una maldita elocuencia muda, y le di a entender mi dolor porque me desdeñaba, porque no me quería, porque prefería a mi amor otro amor sin mancilla. Entonces no supo él resistir a la tentación y acerco su boca a mi rostro para secar mis lágrimas.

Clara miraba al viejo con la indiferencia propia de la costumbre, y al mismo tiempo miraba á su protector como si se avergonzara de la extrañeza que le causaban las palabras del viejo. El militar, poco cuidadoso al fin de las imprecaciones del realista, comenzó á sentir interés hacia aquella pobrecilla, que, sin saber por qué, le inspiró mucha lástima desde el principio.

Lo que no me impedirá llevar infiltrado en mi sangre y en mi corazón el veneno de la duda, que corromperá mi existencia y también la suya. ¿Quién puede jactarse de ahogar para siempre la sospecha, ese monstruo de cien cabezas siempre renacientes? ¿No he visto a todos los hombres a sus pies? ¿No me inspiró sospechas recientemente Gerardo Lautrec?

Véase, no obstante, lo que sucedió entonces a mi familia. Había por aquel tiempo en Mâcón una bellísima joven perteneciente a cierta familia muy distinguida; era elegante, hermosa y de espíritu recto y cultivado, quien inspiró a su hijo una de aquellas inclinaciones infantiles e inocentes y puras, que son siempre, mejor que las explosiones, el presentimiento del amor.

El príncipe Don Carlos y el rey don Sebastián se parecen en esto, como buenos primos hermanos. La misma princesa, madre de Don Sebastián, tiene no poco de extraño y de misterioso. Hermosa y apasionada mujer hubo de ser sin duda cuando inspiró amor tan ardiente al príncipe su marido, que a separarse de ella prefirió la muerte.

Yo mismo, que después de haber creído, había caído nuevamente en la duda, vuelvo finalmente a la fe que ella me inspiró. Es cierto; y usted tuvo razón al maravillarse un día de mi aversión hacia él. Nuestras naturalezas eran diversas, pero ambos estábamos de acuerdo en la desesperanza de la vida. Ambos veíamos en el mundo un mecanismo inconsciente, un vago fuego de fuerzas ciegas y desbordantes.

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