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Yo no me divierto ni juego con Rosa: la trato como a una niña muy decente, hija de una familia a quien estimo... Para jugar y divertirme en el sentido que usted parece indicar, busco otra clase de mujeres. ¡Vamos, señor replicó el indiano con acento insinuante y meloso, que ya se le escapará de vez en cuando un abracico... y algo más! Señor D. Jaime, me está usted ofendiendo.

Lo que poseemos lo ganamos con nuestro heroísmo. La oculta rodilla se hizo más insinuante, como si aconsejase prudencia al joven con sus dulces frotamientos. No diga usted esas cosas suspiró Berta . Eso sólo lo dicen los republicanos corrompidos de París. ¡Un joven tan distinguido, que ha estado en Berlín y tiene parientes en Alemania!...

La condesa les dejó enfrascados en ella y fue a reunirse con sus amigos en el gabinete. Núñez se mostró paradójico y chispeante como siempre, pero más delicado, más insinuante que nunca. Elena no pudo menos de reír muchas veces admirando su gracia y habilidad.

Su charla era un gorjeo dulce, insinuante, que me conmovía y refrescaba el corazón; a impulso de ella se fue disipando poco a poco el tropel de pensamientos pérfidos que vagaba por mi cabeza. Sin saber de qué modo, también desaparecieron todos mis temores; me figuraba que aquella niña tenía algún parentesco conmigo, y no hallaba extraordinaria y peligrosa nuestra situación como al principio.

Fué entonces cuando, del otro lado de la mesa, una voz insinuante y cristalina, me dijo misteriosamente: Vamos, Teodoro, amigo mío, fuerte, extiende la mano y toca la campanilla. La pantalla verde de la vela esparcía una penumbra en derredor. Me levanté temblando.

Al lado de Marta cierto joven ingeniero que acababa de llegar de Madrid convertía en un edén con su charla insinuante y graciosa la tertulia que se había formado para escucharle. Era una tertulia o petit comité, como lo llamaba el ingeniero, compuesta exclusivamente de damas, donde el núcleo estaba constituido por tres señoritas de Ciudad.

Los amoríos de un señor principal y una manola ó una modista madrileña; el espíritu insinuante del cura, que, ya como amigo de la casa, ya como maestro de música ó bajo otra cualquiera máscara, penetra en el seno de la familia y se establece en su compañía; la libertad de las mujeres, y, por último, del Cortejo ó Cavalière servente, indispensable á toda señora joven, demuestra que nos hallamos en un mundo enteramente nuevo, en que no queda vestigio alguno de la antigua gravedad de la nobleza, de sus ideas sobre el amor, y de los antiguos celos.

Se miró al espejo. «Aquello ya era un hombre». La Regenta nunca le había visto así. «En el armario había un cuchillo de montaña». Lo buscó, lo encontró y lo colgó del cinto de cuero negro. La hoja relucía, el filo señalado por rayos luminosos, parecía tener una expresión de armonía con la pasión del clérigo. El Magistral le encontraba una música al filo insinuante.

Buenas tardes, padre . Buenos ojos le vean, padre . Siéntese aquí, padre. No, ahí no, padre; véngase cerca del fuego. El sexo masculino le fué dando la mano con afectuoso respeto. La voz del sacerdote, al preguntar o responder en los saludos era suave, casi de falsete, como si en la pieza contigua hubiese un enfermo; su sonrisa era triste, protectora, insinuante.

Las tardes del Hotel Drouot le resultaban insípidas cuando no tenía á su lado á esta confidente de sus proyectos y sus cóleras. Hoy hay venta de alhajas: ¿vamos? Su proposición la hacía con voz suave é insinuante, una voz que recordaba á doña Luisa los primeros diálogos en los alrededores de la casa paterna. Y marchaban por distinto camino.