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Hemos concluído por estar de acuerdo, porque ésa es, en suma, mi opinión». Sin embargo, la baronesa consiguió ampliamente obtener el fin que se propusiera: había hecho como esos insectos cuya picadura imperceptible, sin ser precisamente mortal al pronto, deja en el organismo una perturbación tan profunda como quizás incurable.

Las ánades abundan de muy diferentes tamaños, encontrándose desde el pato real, negro y blanco con cabeza roja, hasta el pequeño y chillón, que habita en los manglares. El martín pescador y martín cazador, que se alimentan de peces é insectos.

Hacían grandes demostraciones de dolor en las muertes de sus parientes, y celebraban con bailes sus bodas y regocijos, constituyendo el principal adorno de sus galas, conchas y caracoles, engarzados en plumas y pequeños insectos de colores. El signo mayor de cariño consistía en pasar la mano por el pecho del que querían agasajar.

Los poetas del Ganges, que conocían exactamente la vida de las bestias, debieron poner la hormiga frente á otro animal. El sabio Fabre, poeta de los insectos, fué el primero que, en nuestra época, escuchando á la cigarra en sus tierras de Provenza, se le ocurrió rectificar con observaciones directas la exactitud de la fábula.

Los adivinaba en el oleaje del aire, en las sacudidas de las cosas, en el torbellino que encorvaba á los hombres, pero no repercutían en su interior. Había perdido la facultad auditiva: toda la fuerza de sus sentidos se concentró en la mirada. Sus ojos parecieron adquirir múltiples facetas, como los de ciertos insectos. Vió lo que ocurría delante de su persona, á sus lados, detrás de él.

Mis placeres eran el ir en medio de los desiertos a respirar el aire vivo de las montanas cubiertas de hielo, sobre cuya cumbre los pajaros no se hubieran atrevido a construir su nido, y en donde el granito desnudo de yerbas se ve desierto de los insectos alados.

El águila, devorada por los insectos, graznaba a orillas del Guadalquivir con hambre y calentura, afilando sus garras en el tronco de los olivos, con el ansia de que llegara pronto la ocasión de destrozar alguna cosa.

Agarrados los unos a los otros estos insectos por sus alas secas extendidas, volaban en montón, y a pesar de nuestros gritos y de nuestros esfuerzos, la nube no cesaba de avanzar, proyectando en la llanura una sombra inmensa. Pronto estuvo sobre nuestras cabezas; en los bordes viose durante un segundo un desgarrón, una rotura.

Los pocos seres que allí estaban de paso ó con residencia fija, eran lo más culto y distinguido de la creación: insectos vestidos de oro y condecorados con admirables pedrerías; aves sentimentales y discretas que cantaban sus amores en cortesano estilo, y sólo á ciertas horas de la mañana ó de la tarde.

La dueña contorneaba su forma ancha y sombría en el luminoso vano de la puerta, que acababa de abrirse. ¡Las polillas! ¡Las polillas! volvió a gritar Beatriz, sacudiéndose el manto. Un instante después, cuando la dueña terminaba apenas de borrar en los vestidos de su señora la última señal de los insectos, un lacayo vino a decir que doña Guiomar esperaba en su aposento.