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Actualizado: 3 de junio de 2025
Don Horacio se acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le habían obligado a viajar por Europa; aquel caballero que salía al encuentro del rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendecía a los hijos diciéndoles: «Dios te haga un buen inquisidor.»
Un alguacil que me había esperado á la salida de la portería. ¿Os vigilaba el Santo Oficio?... ¿es decir, que el Santo Oficio vigila la casa de mi tío? Yo no lo sé, señora dijo Montiño asustado por las proporciones que iba tomando su mentira . Yo sólo sé que el alguacil me dijo: Seguidme. Y le seguí. ¿Y á dónde os llevó? Al convento de Atocha, á la celda del inquisidor general.
Confuso Candido al oir estas razones, le respondió: Reverendo padre, no importan un bledo todos los quarteles de este mundo; yo he sacado á la hermana de vuestra reverencia de poder de un Judío y un inquisidor; ella me está agradecida, y quiere ser mi muger: maese Panglós me ha dicho que todos éramos iguales, y Cunegunda ha de ser mia.
Cuando el portero vió salir no menos que á su señoría ilustrísima el inquisidor general fray Luis de Aliaga, de noche, á tal hora y con tal prisa, y á pie con un hombre que había entrado en el convento trayendo órdenes del rey, no pudo menos de maravillarse y santiguarse porque aquello era verdaderamente extraordinario.
Debidas á la bondad de los señores canónigos de Córdoba, que nos las permitieron copiar en el archivo de la santa iglesia catedral, las conservamos por si se presenta ocasion de darles cabida entre las memorias de la santa iglesia de Sevilla referentes al arzobispo que se hallaba de inquisidor general de España en tiempo de Luzero, canónigo tambien de aquella catedral.
Soy ni más ni menos un pobre enfermo del corazón que viene á buscar á otro enfermo y á decirle: busquemos juntos nuestro remedio. En este momento, ni vos sois el padre grave de la Orden de Predicadores, maestro, provincial, visitador, confesor del rey, inquisidor general, y qué sé yo qué más, ni yo soy el loco, el simple, el cura fastidios del rey. Somos dos hombres.
Yo sé cuánto os interesáis por su majestad, fray Luis; lo sé tanto, que no dudo que siendo vos inquisidor general, y aun cuando no lo fuérais, haríais cuanto fuese necesario hacer para sellar los labios de esos dos miserables, que, os lo repito, pueden comprometer gravemente á su majestad.
¿Y de qué os he de perdonar? contestó con dulzura el padre Aliaga. Vos, señor, sois un gran personaje. No lo creáis; yo soy un siervo de Dios, aunque indigno, y vuestro hermano. Sois confesor del rey. Lo que no me hace ni más ni menos sacerdote que otro. Sois inquisidor general... El rey me lo manda. Y yo soy un cocinero, no más que un cocinero, que aunque lo es del rey...
Persuadido Candido por tan sólidas reflexîones, se desvió de la pradera, y se metió en una selva, donde cenó con Cacambo; y despues que hubiéron ámbos echado sendas maldiciones al inquisidor de Portugal, al gobernador de Buenos-Ayres, y al baron, se quedáron dormidos sobre la yerba.
Era un patriarca prolífico, que había prodigado su sangre en varios distritos de la isla persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a besar la mano a algunos de los hijos legítimos que vivían en su casa y llevaban su apellido, decía con voz solemne: «¡Dios te haga un buen inquisidor!» Entre estos retratos de los Febrer ilustres veíanse algunos de mujeres.
Palabra del Dia
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