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Pasaba las noches en un sueño inquieto, temblando por lo que podría decir la prensa al día siguiente, y cuando encontraba un pequeño suelto laudatorio lo leía a la familia, y encerrándose en su despacho, pasaba las horas contemplando con ojos amorosos el pedacito de papel, para mostrarlo después, con ademán displicente de grande hombre fatigado de la gloria, a todos sus visitantes.

Ciertamente, en verdad dijo el coronel, mirando inquieto de soslayo por encima de sus dos hombros: , realmente. No notando, pues, a nadie que los viera ni escuchase, procedió en seguida a informar a Lady Clara de que la mayor pena de su vida había sido cabalmente el poseer un alma demasiado grande.

Lucía, al desnudarse, vio sobre la mesa los paquetes de sus compras de ropa blanca. Se mudó con delicia, y acostose creyendo dormir como una bienaventurada, a semejanza de la noche anterior. Mas no gozó de tan regalado reposo, sino de un sueño inquieto y desigual.

No se sabe con certeza la causa de su destitución, ni si ha de imputarse á desgracia suya involuntaria ó á su carácter inquieto y poco acomodaticio, ni tampoco la época en que regresó á España. Sólo ha llegado á nuestra noticia que, para sustentar á su segunda esposa, se vió obligado á escribir para el teatro.

Desde que Juan empezó a hablar de la casa Raynaud, el señor Aubry se había puesto inquieto. ¿Qué me dices? ¡Eso es inverosímil! ¿Estás cierto de tu información? Sería muy grave... ¡Bah! no puedo creer, debe ser algún falso rumor; hay gente que no retrocede ante nada para hacer la guerra de competencia; es una casa sólida la de Raynaud, ¡qué diablos!

Inquieto don Andrés por la suerte de don Paco, había enviado en balde a muchas personas para que le buscasen. También la tendera había enviado gente en busca de su marido. Todos con mal éxito se habían vuelto al lugar antes de medianoche. Cuando mucho más tarde entraron en él don Paco y su comitiva, los villalegrinos estaban durmiendo.

Felizmente Dios la iluminó, y de Portugal se fué al Brasil con unos misioneros. No se supo más de ella. El pundonoroso y leal esposo respiró: estaba libre, pero pobre, enteramente pobre sin otra cosa que un sueldo mezquino; tranquilo en cuanto á lo presente, pero inquieto siempre que pensaba en aquella niña infeliz que iba á quedar en la miseria.

A Mario le hacían falta botas y guantes; el sombrero de copa estaba ya grasiento; llegaba el verano y era necesario también hacerse ropa. Todas sus joyas de poco valor fueron pasando por la casa de préstamos. El aderezo regalo de sus padres, que era lo que más valía, lo guardaba D.ª Carolina. ¿Pero ese gato que tienes no se agota nunca? le preguntó inquieto Mario. Tenía la respuesta preparada.

Era un mozo de buena y gentil apariencia, de noble compostura, aliñado en su traje cuanto lo permitía su pobreza, vivo de genio, alegre de condición, profundo de pensamiento, inquieto en sus deseos, descontento de su suerte, y comunicador, porque así lo pedía su naturaleza avara de sensaciones.

Grano de Sal parecía absorto en un doloroso recuerdo mirando su reloj. Son cinco litros de vino y una botella de aguardiente dijo el posadero, con su gorra en la mano, e inquieto de la prolongada permanencia de los dos marinos. Lo que sobre para ti dijo Grano de Sal arrojándole una moneda de oro. Y dando el brazo al viejo Durand, se encaminó con él hacia la capilla de San Juan.