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¿Y qué es lo que le trae á usted por Entralgo con este calor, D. Casiano? preguntó el capitán cuando hubieron bebido el primer vaso. ¡Qué diablo! ¡qué diablo!... ¡Vaya con D. Félix! ¡Y qué bueno está! No pasan días ni años por él. Pronunciando estas palabras, quiso de nuevo abrazarle; pero D. Félix, que empezaba á sentirse vagamente inquieto, rehuyó el abrazo. Ambos estaban en pie.

¿Al molino? ¡Jamás! exclama el joven, levantándose con un resplandor inquieto, de deseo y de angustia, en los ojos. ¿Y te he de decir adiós aquí... aquí... en este lugar inmundo?... ¡adiós para toda la vida!... No puede menos de ser así dice Juan, bajando la cabeza. Y Martín vuelve a su idea y murmura: ¡Es la expiación!

Pasé todo el día inquieto y nervioso escuchando el toque de la campanilla fúnebre por todas partes. A la verdad, no puedo decidir si la campanilla sonaba realmente, o eran mis oídos los que la hacían sonar. Compré cuantos papeles se vendían por las calles referentes al reo, y los devoré con ansia.

¿Y al gringo también? preguntó Piola con ironía . Vos encontrás fácilmente el remedio á todo. Se mostraba inquieto el cordillerano, como si su instinto le hiciese presentir la proximidad del peligro. Ya no creía que aquellos dos hombres hubiesen llegado solos. Otros indudablemente iban á venir, para darles ayuda.

Doña Manuela y Leocadia no entendían bien todo aquello: don José, ya inquieto, golpeaba una copa con el recazo del cuchillo, cual si quisiera que el timbre del cristal ahogara las frases de sus hijos. Pepe no quiso contestar lo que se le ocurrió en respuesta a las últimas palabras de su hermano.

Pedro tenía en los ojos aquel inquieto centelleo que subyuga y convida: en actos y palabras, la insolente firmeza que da la costumbre de la victoria, y en su misma arrogancia tal olvido de que la tenía, que era la mayor perfección y el más temible encanto de ella.

Llegué al café sano y salvo y de un humor excelente. Pero estuve un poco inquieto toda la tarde. ¡Los nervios, sin duda, los nervios! Voy a denunciarme ante el severo tribunal de la sociedad fashionable de Madrid, y entregarme con las manos atadas a su justa reprobación.

Nuestro Lope recibió su primera instrucción en las escuelas de Madrid. Montalván refiere una anécdota que caracteriza el genio inquieto de este mancebo. Arrastrado de su deseo de ver el mundo, huyó de la capital en compañía de uno de sus amigos, que se llamaba Hernán Muñoz.

Entrose en la alcoba, y allí se estuvo algunos momentos, mientras yo pasaba fuera las de Caín, inquieto, aterrado, dando vueltas a la imaginación para hallar el mejor medio de salir del apuro en que tan imprudentemente me había metido. Porque ¿qué iba a decir aquel buen señor en cuanto tuviera noticia de la inaudita pretensión que allí me traía? ¿No me tomaría por loco?

¿Pensáis que volvamos al río, señor Stael? , Horn. Estoy inquieto por nuestra chalupa. Pero nos dejaréis almorzar antes. Me siento flojo, y el estómago me pide algo más que frutas. El mío me pide unas chuletas dijo Hans . La caza no debe faltar en esta selva. Y la tenemos muy cerca dijo el chino, que desde algunos minutos antes estaba observando las plantas acuáticas.