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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Aresti le interrumpió: Yo conozco empleados de hoteles que poseen más lenguas y sin embargo, el mundo ingrato no ensalza su sabiduría.

¡Una carta para ella!... La tomó febril de la mano del camarero, ante la mirada vaga y sin expresión de la doncella, sentada sobre las maletas. Le temblaban las manos. El recuerdo de Hans Keller, el artista ingrato surgió repentinamente en su memoria. Buscó una bujía en su alcoba y acabó por volver al balcón, examinando la carta a la luz del crepúsculo.

Te desobedecí, fuí ingrato á tu amor, fuí sordo á tu llanto, y el cielo me castiga por aquella culpa. Pero que fuiste tan buena, tan paciente, tan generosa; que tanto sufriste, que tanto lloraste, madre de mi vida, madre de mi alma, perdonarás á tu hijo.

El héroe sale también victorioso de esta lucha; pero abandona después al ingrato Almanzor, y regresa á su patria. En el acto tercero lo encontramos en las costas andaluzas, en donde se ha reunido con su esposa, que, no pudiendo sufrir más tiempo su ausencia, se preparaba á encaminarse al África.

puedes; haz un esfuerzo, ten valor y sosiégate. Ten en cuenta que, de aquí adelante, no sólo hallarás en á una hermana, sino á una madrina y á una protectora muy pudiente. ¿Y á qué se me da todo eso? Nada. Lo que yo codiciaba era tu cariño. Y no lo tienes como antes, ingrato? Pues qué, ¿los buenos hermanitos dejan de amarse aunque se case uno de ellos?

De este modo te acogerá como á un aliado, porque, es triste decirlo, pero ella no entrega su sobrina á un buen muchacho capaz de hacerla feliz, sino á un hijo ingrato que pone en peligro la dicha de mi vida. No protestes; yo sabré, naturalmente, á qué atenerme y la apariencia de la falta bastará. , continuarás amándome tanto más cuanto más grande te parezca mi sacrificio.

De modo que tenía muchísima razón la buena señora cuando, al despedirse y después de haberle ofrecido de nuevo su casa, le llamó, con una sonrisita y un ademán muy maliciosos, «¡ingrato!» ¿Quién, pues, como Leticia, para oírle con cariño, informarle sin pasión y aconsejarle con acierto? En estas y otras tales, ya llegó la hora de comer, y Ángel tuvo que sentarse a la mesa.

Hubo en seguida lo de «yo no debía recibirle a usted, porque es usted un ingrato», y lo de «usted me estima en mucho más de lo que yo merezco»; «usted no viene aquí por tal y cual cosa»; «pues sepa usted que no he venido sino por esto y por lo otro»; «que », «que no», etcétera, etc.; porque, mutatis mutandis, en estos preludios de visita siempre se dice lo mismo y no se adelanta un paso, por más que muden los tiempos y se ilustren los actores.

No me agradan los italianos por su política. Son un pueblo ingrato, que ha observado la conducta más negra con sus legítimos amos; pero, en materia de ciencia, no siento ninguna prevención contra esos bribones. Muy bien respondió el doctor, optad, si os place, por el método italiano. Da a veces resultados excelentes, pero exige una inmovilidad y paciencia de la que tal vez no seáis capaz.

No era ingrato el favorecido; sabía, además, hacer buen uso de los favores; y con todo ello, la estima del favorecedor llegó hasta una buena amistad, como entre iguales: vea usted, señora marquesa, ¡como entre iguales! Y esta buena amistad del padre la continuó el hijo, don José Celestino Guzmán, el actual Condesito.

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