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Actualizado: 12 de julio de 2025


El viejo le hubiera seguido a no ser por la mano que aún inerte le detenía fuertemente, no siendo fácil desprenderse de ella. Era pequeña, débil y flaca; pero quizá por ser pequeña, débil y demacrada cedió a su presión y, aproximando aún más la silla a la cama, apoyó sobre ella la cabeza, sorprendiéndole el sueño en esta actitud.

Inclinada sobre él, Lea le vió contraído, terrible, inerte. No había corrido ni una gota de sangre. La aguja tapaba herméticamente la herida y su punta había llegado al corazón. Con pasos cauteolosos, como si temiese despertar de su espantoso sueño al que temía más muerto que vivo, se echó un abrigo por la espalda y huyó á la calle. Sin saber lo que hacía, tomó la dirección de su teatro.

Su corazón no podía latir más que a su lado; sus pulmones no respiraban más que el aire que ella había respirado. Iba a través del mundo como un cuerpo inerte lanzado en el vacío. Algunas veces, un resto de razón descendía a su espíritu y se decía: Soy un viejo loco. ¿Por qué me he atrevido a hablarle de amor? El amor no sienta bien a un vejestorio como yo.

éste, con distinta suerte, tiene el hielo caprichoso, el silencio de lo inerte, el misterio del reposo, la majestad de la muerte. Pero si el sol su semblante, rasgando la niebla oscura, muestra en el cenit radiante, su luz parece más pura, su calor más penetrante. Así, cuando el alma ahogada, en misma retirada, gime, presa del dolor, la dicha ménos ansiada parece mucho mayor. ¡Dolor!

Vamos, ¿qué yeciones son estas? clamó Izquierdo, tirando a Rubín de un brazo . Basta de música... A la calle, que esta chica está mu mala. Tío, déjele usted, déjele usted... Es mi marido, y queremos estar juntos... ¡Vaya!... Maxi se dejaba levantar del asiento como un saco. Se había quedado inerte.

Y con desdén que tenía algo de lástima, hubo de soltar su presa, que cayó inerte a un lado del camino, en una especie de hoyo o surco.

Sentía en su ánimo un afán de protesta caballeresco: se avergonzaba de pensar que ella huyese por haberle querido y que él quedase allí, triste e inerte como una doncella a la que abandona su amante convencido de que con su amor la causa grave daño. ¡Ira de Dios!

Luego le detuvo en el vestíbulo, por la idea del retrato desaparecido, cuyos fragmentos apretaba nerviosamente en el bolsillo. Entonces, como Julio, sin atenderle, se dejara caer en un sillón, le miró: había cerrado los ojos, palidísimo, y apoyaba la cara de perfil en el respaldo; una de sus manos colgaba inerte. Se sorprendió Muñoz extraordinariamente. En seguida una alegría frenética le agitó.

Entonces me estremecí al sentir que su boca se posaba en mis labios. Me pareció que una llama me había quemado. Y me besó otra vez, otra y otra: el gozo y el agradecimiento le habían hecho perder la razón. Pero yo pensaba: «¡Ojalá nunca concluya este instante!» Y los calofríos me sacudían sin interrupción mientras mi cuerpo yacía inerte y sin fuerzas entre sus brazos.

Al angustioso movimiento de los pulmones uníanse ahora nerviosos estremecimientos, cada uno de los cuales parecía repercutir en los dos hermanos. Don Juan palidecía como si sufriera los movimientos dolorosos de aquel cuerpo inerte, y miraba a su hermana con la misma expresión que si fuese ella la que martirizara al enfermo.

Palabra del Dia

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