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Actualizado: 11 de junio de 2025
Vinósele también a la memoria su padre, Carmela, Rosarito, todo el dulce pasado. Sintiose entonces triste, muy triste; la asaltaron miedos y terrores indefinibles, pero fortísimos; pareciole su situación extraña y peligrosa, preñado de amenazas el presente, obscuro el porvenir. Dejose caer en una butaca y clavó en las luces la mirada fija y vacía de los que se absorben en penosa meditación.
»Por lo demás, desde el duque de Arcos hasta el último criado del castillo, todos, excepto yo, lo hacían rudamente sentir la posición en que se encontraba. Modesto y resignado, guardaba silencio, no se quejaba nunca... ni aun a mí, y no derramaba una lágrima; pero con frecuencia había en sus negros ojos, cuando los levantaba hacia el cielo, una expresión de dolor y de dulzura indefinibles.
Vestía bata flotante de percal claro; no debía de llevar corsé, porque se le notaba el temblor de las carnes libres; estaba recién peinada, y de su cuerpo se desprendía aquella emanación intensa de perfumes baratos con que el estanquero experimentó sensaciones indefinibles cuando habló por primera vez con Mariquilla.
»De aquí mi descompuesta furia y mi loca desesperación cuando usía, advertido a tiempo del peligro, dejó con razón de visitarme. Mi enojo fue mayor aún cuando supe que usía se había casado; enojo absurdo, porque usía ni me había prometido ni podía prometerme no casarse, para ser fiel a las relaciones indefinibles en que soñé yo que estábamos.
Yo lo cerré contra el mío, y, aunque era un muchacho, no sé qué vagas nociones de ternura, qué entusiasmos indefinibles experimentó mi ser al sentir el frío desnudo de la carne, y al aspirar el perfume nunca aspirado de aquella singular criatura. Han pasado algunos años. Estoy lejos de Buenos Aires; en una ciudad cuyo nombre no interesa al lector.
Al fin se cansó de este zumbido de colmena en desorden, y sacándose de la oreja el microfónico aparato, quedó envuelto en un dulce silencio, estremecido apenas por lejanos é indefinibles murmullos. Se iba adormeciendo Gillespie, cuando le estremeció un gran ruido de muchedumbre, haciéndole volver á la realidad.
Tan presto oíamos el silbido lúgubre del viento, el zumbido de los árboles azotados por la borrasca, el ruido del agua al caer sobre las hojas en tenue lluvia ó en violento aguacero, el estruendo del torrente y la cascada, como la voz del ave que canta, gime ó arrulla, el grito del águila sobre las altas rocas, los indefinibles rumores del bosque umbrío, la vibracion metálica del aire desgarrado por el rayo, los rugidos del huracan y el estallido del trueno retumbante.
Presentación no tenía ojos más que para observar la presidencia, los diputados, y muy principalmente al que hablaba; las tribunas, los ujieres, el dosel, el retrato del rey; ni tenía alma más que para atender a aquellos indefinibles bullicios, propios de todo cuerpo deliberante, y que son como el aliento de la pasión que allí por tan diferentes órganos habla, del noble entusiasmo, del vil egoísmo; el sordo mugir de las mil ideas, siempre desacordes, que hierven dentro de ese cerebro calenturiento que se llama salón de sesiones.
Al cabo se oyó el silbido prolongado de la locomotiva; tomamos nuestros asientos en los mullidos vagones, y partimos como el huracán bajo las sombras interrumpidas de las bóvedas del embarcadero y de los túneles del camino ya léjos de la ciudad, la cual parecía un colosal fantasma, de formas extravagantes é indefinibles. En el wagon. Dover. El paso de Calais. La entrada á Francia. Calais. Amiens.
El pobre animal retrocedia, avanzaba, ladraba, se mordia á sí mismo, chillaba, gruñia, y cuanto más se meneaba, más se encendia la lana. El amo le llamaba, y queria apagar el fuego, pasando el baston á raíz de la piel; pero el palo le lastimaba las quemaduras, y el perro aturdido hacia ademan de morder al amo, con una rabia y un atolondramiento indefinibles.
Palabra del Dia
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