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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Estremecióse de placer don Manuel Pardo viendo al sobrino entrar en su despacho una mañana, con la expresión indefinible que se nota en el rostro y continente de quien viene a tratar algo de importancia.
Vamos a ver dijo don Luis entrando ante todo, agradezco muy de veras su atención; pero dudo que hayamos encontrado algo nuevo. ¡He estudiado tanto el asunto! Aquí tiene Vd. contestó Pepe entregándole las cuartillas. Siéntese Vd. un momento. El senador comenzó a leer para sí, y su fisonomía fue tomando una expresión indefinible: pugnaba por disimular la emoción y no podía.
Vestido con elegante sencillez, todo en sus modales y en sus más insignificantes gestos era noble, de buen gusto y comme il faut. Aparentaba de veinticinco a veintiocho años; sus grandes ojos, negros, estaban constantemente fijos en un palco segundo, situado frente a él, al que miraba con una expresión de tristeza y desesperación indefinible.
Uno llegó muy presuroso, y preguntó: "¿Qué hay? ¿Ocurre algo?" Era el recién venido uno de esos individuos de edad indefinible, de esos que parecen viejos ó jóvenes, según la fuerza de la luz ó la expresión que dan al semblante. Su estatura era pequeña, y tenía la cabeza casi inmediatamente adherida al tronco, sin más cuello que el necesario para no ser enteramente jorobado.
No oí su voz, ni sentí sus pasos, ni ví cosa alguna que tuviera las huellas de su mano. A mí se me antojaba que en cualquier objeto podía notar un sello especial que indicara pertenecerle. Pero en nada de lo que vieron mis ojos encontré la huella indefinible que debía tener todo aquello en que Inés pusiera los suyos. Esto se comprende y no se explica.
Estiré el cuello, asomé la cabeza como un miserable espía y... nadie. A la reja no había nadie. Un goce intensísimo bañó todo mi ser como un bálsamo celestial. A este goce sucedió ansia indefinible de cerciorarme de que los ojos no me engañaban, que a la reja no había nadie, absolutamente nadie.
El hombre alto sentado junto a éste, dormía con el brazo pasado por la colgante correa, y apoyada la cabeza en ella, formaba como un objeto fofo e indefinible, parecía que se hubiese ahorcado a sí propio, y le hubieran cortado la cuerda que le había servido de instrumento.
Desde su rompimiento, la joven guardaba en el fondo de su pecho hacia el majo un sentimiento indefinible, mezcla de rabia y simpatía, de desprecio y amor. Velázquez, que siempre había sido poco amigo de echar las piernas al alto, se negaba, haciendo, sin embargo á su antigua novia mil cortesías, mostrándose con ella extremadamente dulce.
Algo ocurrió de pronto que hizo salir á los tres hombres de su contemplación admirativa; algo extraordinario, indefinible: un gran estrépito que pareció entrar directamente en su cerebro sin pasar por los oídos; un choque en su corazón. El instinto les advirtió que algo grave acababa de ocurrir. Quedaron en silencio, mirándose: un silencio de segundos que fué interminable.
Vaya, me ha dicho don Pedro, mi principal, que suba usted mañana con su tío, que tiene que hablar con ustedes. ¿Para qué? Para saber si quiere usted ser cómica. ¡Yo artista! exclamó Cristeta con indefinible sorpresa. La misma que viste y calza. Es usted joven, guapa, tiene talento, voz, afición. Lo que es afición sí que tengo. Bueno, pues con estudiar un poco... En fin, suban ustedes mañana.
Palabra del Dia
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