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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Por esto último, digo a usted con franqueza, sin creer que en ello la ofendo, que tengo hoy bastantes bienes. De lo que poseo podrá informar a usted circunstanciadamente su cuñado y amigo mío don Braulio. »En cuanto a mi persona, usted me conoce y decidirá. Sé que no la merezco a usted; pero el amor me hace atrevido, y de él imploro que me preste los merecimientos que me faltan.
No necesito nada, Clara, no necesito más que verte y que me mires con un poco de compasión. Ya sé que no la merezco, pero hay momentos en que una gota de compasión puede detener a la muerte, puede salvar un alma del infierno... Yo te lo pido, Clara, yo te lo imploro por la memoria de tu madre.
En este año imploró el cabildo con rogativas el socorro divino contra el desembarco de los ingleses en Andalucía, y ofreció donativos á la reina gobernadora para repelerlos: lo que tuvo feliz resultado con la cooperacion de todas las personas notables de la provincia.
Mandadme lo que queráis y obedeceré como una esclava; pero no me mandéis a la cárcel. Elena... Laura... estoy a vuestros pies. ¡Oh! ¡tened piedad de mí, no rechacéis mi súplica! Mathys, al ver a la condesa a los pies de la joven, también se puso de rodillas y se arrastró temblando hasta donde estaba Marta. Imploró su piedad con las manos juntas, y los ojos llorosos.
Imploro tu perdón, Linilla mía. Perdóname; no volveré a pensar en eso, y si pienso en esas cosas no te las diré. ¿No es verdad que me perdonas? ¿Verdad que sí? «El pañuelo está lindísimo; el monograma es soberbio, muy elegante, y muy sencillo, como dibujado y bordado por tí. Saluda a tu papá, si crees oportuno hacerlo, de modo que no sospeche nuestros amores.
La tentativa fue muy débil primero, pero luego aceleró algo el paso, y, sin mencionar ninguno de los dos lo que había sucedido, la conduje por la larga avenida hasta la casa. Una vez dentro, me manifestó que era innecesario llamar a la señora Gibbons, y en voz muy baja me imploró que callase todo lo que había presenciado. Tomó mi mano entre las suyas y la retuvo.
Jesús; ya no tengo en vos la ingenua fe de la infancia, pero habéis sido hombre, habéis sufrido como yo; os imploro... pero no, esto es locura, vuelve en ti, mujer, cálmate. ¿Acaso no hay un descanso eterno en el cual puedes refugiarte libremente, si te faltan las fuerzas para sobrellevar los dolores de esta existencia? ¿Quién te lo impide? Me ama; lo he conseguido.
Eduardo, ¿qué han hecho de mí? todas mis ilusiones han quedado destruidas... Mi corazón ha sido cruelmente herido... No necesito ya más, Eduardo, que una fosa en la que pueda dormir eternamente; porque es el sueño de la nada el que yo imploro. ¡Quiera el cielo ahorrarme el cruel beneficio de una inmortalidad que eternizaría mi dolor y mi humillación!...
Y considere también que considerando de usted como de la luz, nada le ruego, ningún bien imploro de quien tanto puede y es para mí dueña de tanto bien. Sólo deseo que me deje vivir bajo esa influencia que, emanando del simple brillo de sus perfecciones, tan fácil y dulcemente realiza mi perfeccionamiento. Sólo pido ese caritativo permiso.
Volvió el ave a aletear a la par del alero, graznando agresiva, cuando abriendo la puerta del salón anunciaron: Doña Rebeca. Carmen imploró. Viene a buscarme; ¡no me dejes, por Dios, no me dejes! El de Luzmela había doblado la cabeza sobre el hombro de la niña, y sus brazos se iban aflojando en torno al cuerpo grácil de la criatura.
Palabra del Dia
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