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Actualizado: 13 de junio de 2025
Mandadme lo que queráis y obedeceré como una esclava; pero no me mandéis a la cárcel. Elena... Laura... estoy a vuestros pies. ¡Oh! ¡tened piedad de mí, no rechacéis mi súplica! Mathys, al ver a la condesa a los pies de la joven, también se puso de rodillas y se arrastró temblando hasta donde estaba Marta. Imploró su piedad con las manos juntas, y los ojos llorosos.
Y los cielos parecía que habían hablado por su boca; tal fué su acento de armónico y delicado, y el soldado, con su mejor gracia posible, replicó: Si no Dios, al menos los ángeles están en nuestra compañía; vuestro sirviente, dama hermosa, ha cumplido con vuestro dadivoso encargo, y mirad lo que mandáis, que obligación tengo de obedeceros, aunque menester fuera ir a las tierras del Catay, o a la noche de la Noruega; mandad, señora, y no reparéis en este entorpecimiento de mi persona, apoyada en rodrigones de palo; mandadme, que tal fuerza haría la voluntad, que todavía se hiciese obedecer cumplidamente de la ligereza del cuerpo.
Mandadme dar cena y lecho repuso Quevedo, sentándose otra vez en el sillón que habla dejado, como si se encontrara en su casa. No os he soltado de San Marcos para encerraros otra vez dijo Lerma . Quiero que seamos amigos. ¡Ah, condesa de Lemos! exclamó Quevedo. ¿Por qué nombráis á mi hija, cuando os hablo de otros asuntos? dijo con el acento de quien se siente contrariado, el duque.
Palabra del Dia
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