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Actualizado: 25 de septiembre de 2025


Había pisado Salvador la tierra de Francia con un impetuoso deseo de atravesarla a escape en busca otra vez de la tierra española. Dejó partir a Fernando solo, porque trataba de ocultarle su repentino regreso, y en el muelle se despidieron con un abrazo cordial.

Sin embargo, la hija del sillero, aunque inocente y simple como humilde menestrala, tenía un genio impetuoso, arrebatado, que en más de una ocasión estuvo a punto de dar al traste con los proyectos de D. Laureano, quien procedía con tiento, con la habilidad suprema que había logrado adquirir en cuarenta años de práctica.

Desnoyers quedó envuelto en una nube de crujidos, como si se tronchase la madera de todos los árboles que tenía ante sus ojos. El escuadrón impetuoso se detuvo de golpe. Varios hombres rodaron por el suelo. Unos se levantaban para saltar fuera del camino, encorvándose, con el propósito de hacerse menos visibles. Otros permanecían tendidos de espaldas ó de bruces, con los brazos por delante.

Y caminando siempre, y meditando sobre este y otros puntos, y rara vez hablando, el agua seguía cayendo espesa y muy fría, y el candidato no veía chispa...; digo mal, veía las que sacaban las herraduras del caballo que precedía al suyo, al resbalar sobre los morrillos; y esto sucedía frecuentemente al borde de un precipicio, en cuyo fondo se despeñaba rugiendo un torrente, cada vez más impetuoso con el caudal de la lluvia.

¡No comprometernos! gimió con amargura la muchacha . ¡No comprometernos! ¿Pero te has figurado pronunció, reponiéndose y recobrando su impetuoso carácter que yo soy tonta? ¿Piensas que me puedes meter el dedo en la boca? ¿Qué compromiso ni qué... repelo, te viene a ti de todo esto? ¡La comprometida, la engañada y la perdida soy yo!

Fermín permanecía con la cabeza baja, vacilando, con expresión dolorosa, como si las palabras le quemasen la lengua. Por fin comenzó el relato de lo ocurrido en Marchamalo la última noche de la vendimia. El carácter irascible, impetuoso y atronador de Dupont, pareció hincharse colérico durante el relato, hasta estallar al final ruidosamente.

La presencia de Luna en la catedral había ejercido un efecto disolvente. Era una inyección de líquido antiséptico en el tumor del pasado. Todo se alteraba; veníanse abajo la sumisión y el respeto, obra de siglos. El despertar de aquellas gentes era impetuoso, como el de un pueblo en revolución.

Tomó, pues, su bastón, se despojó del gorro sustituyéndolo con un sombrero blanco de fieltro y sin querer que ensillaran el caballo, porque su extrema agitación le impelía á caminar, emprendió el viaje de Villoria seguido del fiel Talín. Este Talín era un perrillo de color canela, nada grande, nada bello, nada inteligente, pero más impetuoso aún y casi tan magnánimo como su amo.

El tono de Kernok ya no era duro e impetuoso, sino solamente brusco; de modo que Zeli, viendo que la calma había sucedido a la agitación de su capitán, no pudo por menos que pronunciar un pero... ¿Vas a comenzar con tus peros y tus síes? Ten cuidado... ¡o te arrojo la bocina a la cabeza! exclamó Kernok con voz de trueno y avanzando hacia Zeli.

Tenían ahora sus palabras, en vez del impetuoso brío de antes, un dejo amargo, una sombría y patética elocuencia. No era su tono el enfático de la prensa, sino otro más sincero, que brotaba del corazón ulcerado y del alma dolorida.

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