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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Quedóse algo asombrada Carmencita de la actitud turbada del que llamaba su hermano; apoyándose en la reja oía cómo se alejaba el caballo de Salvador y pensaba: ¡Es que está malo, de verdad, el padrino! Habían colocado una lámpara sobre la mesa, y don Juan y don Pedro se pusieron a mirar al de Luzmela. Parecía más hundido en el sillón que otras veces y como si los ojos se le hubiesen agrandado.
Varias cestas de labores y algunos bastidores de bordados indicaban que allí tenía la señora condesa el taller de educación y trabajo de sus niñas. Una pequeña pero anchísima silla, de fondo hundido por el peso constante de corpulenta humanidad, denotaba el lugar de la presidencia.
Encendieron una vela, y te aseguro que el tufillo de la cera, los rezos y aquel espectáculo me levantaron el estómago y me han puesto los nervios como cuerdas de guitarra. Yo no quería mirar; pero la curiosidad... eso es lo que tiene... me hacía mirar. Los ojos de Mauricia se le habían hundido hasta ponérsele en la nunca, y la nariz, aquella nariz tan bonita, se le afiló como un cuchillo.
Yo sé que á otros menos poderosos, que necesitan para sus negocios del apoyo de capitales ajenos, los han elevado ó los han hundido, enviándoles ó retirándoles los accionistas. Se meten en las casas y las dirigen... pero es allí donde les dejan entrar. Yo, afortunadamente, aunque tú creas lo contrario, estoy libre de ellos.
Ese es un hermoso día para Martín. La compañía de toda aquella gente, porque él es uno de los más altos dignatarios de la asociación, lo ha sacado de su somnolencia; sus ojos brillan, una sonrisa jovial se dibuja en su boca. ¡Si llevase con un poco más de soltura su traje de fiesta! El sombrero profundamente hundido en su frente, deja ver detrás de la cabeza un mechón de cabellos hirsutos.
Había presenciado el suplicio intenso bajo el cual luchaba el ministro, ó, para hablar con más propiedad, había cesado de luchar. Vió que se encontraba al borde de la locura, si es que ya su razón no se había hundido.
La tierra se había hundido en un abismo sin fin y yo seguía corriendo por el plano vacío que antes fuera su superficie. No importaba. La cuestión estribaba en ver cuanto antes al canalla de Tucker. De pronto sentí tierra firme bajo mis pies. Estaba en una ciudad extranjera, pero habitada por mis conciudadanos. En las calles había mucha luz amarillenta y mucha gente que reía, corría, gesticulaba.
Hace como un mes que me hallaba sentado en la silenciosa y pequeña celda que tan hábilmente oculta la vasta riqueza de la cual soy hoy el único dueño y que me ha colocado entre los millonarios de Inglaterra, relatándole a fray Antonio los detalles de la trágica historia de Mabel y cuán cruelmente había sido víctima de tanta infamia, y al hacerlo, di rienda suelta a mis pensamientos, expresándome con franqueza sobre la acción cobarde del hombre que se había hundido en las profundidades del río subterráneo; pero el bondadoso monje, de rostro curtido y arrugado, levantó su mano, y, señalándome el gran crucifijo que había colgado en la pared me dijo con su voz tranquila: No, no, señor Greenwood.
Su piel era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer desmedrada y clorótica. Tenía el hueso de la nariz hundido y chafado, como si fuera de sustancia blanda y hubiese recibido un golpe, resultando de esto no sólo fealdad sino obstrucciones de respiración nasal, que eran sin duda la causa de que tuviera siempre la boca abierta.
Aunque me temo que ni tus brazos de hércules puedan con ella. Tristán se dirigió al peñasco sonriéndose. Era de enorme peso y hundido en parte en la tierra; pero el coloso lo arrancó de su húmedo lecho á la primera sacudida, y no contentándose con hacerlo rodar lo levantó del suelo y lo lanzó al agua.
Palabra del Dia
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