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Actualizado: 13 de julio de 2025


«No basta escribía , ¡oh mi Dios!, que yo me confiese contigo. ¿Qué tinieblas no penetras con tu claridad? ¿En qué abismo no se hunde tu mirada? lo sabes todo. Nada tengo que decirte. Sólo debo pedirte perdón. Pero el peso de este misterio de mi alma me abruma, mientras sin tomar forma, sin revestirse de la palabra, vive en mi centro, conociéndole solo.

Despues que por el discurso nos hemos elevado á dicho conocimiento, tampoco nos es posible explicar desde aquel punto de vista la existencia de lo finito por sola la existencia de lo infinito; porque si prescindimos de la existencia de lo finito, desaparece el discurso por el cual nos habiamos elevado hasta el conocimiento de lo infinito, y por consiguiente se hunde todo el edificio de nuestra ciencia.

Ese rosario vale veinte doblones; lo regalo a la Virgen, pero con la condición de que me lo dejen matar a . LA MUJER. ¡Socorro, Dios mío! este muchacho me hunde las uñas en la carne. MUCHAS VOCES. ¡Silencio! ¡que se calle! UN HOMBRE. ¡Bravo! ya está aquí; ¿sabéis que el verdugo está más pálido que él?

Ya están ahí esas holgazanas dijo ásperamente doña Dolores . Anda, Lola añadió dirigiéndose a su hija mayor : dile a Juana que las eche del portal, que lo ensuciarán. Mamá... ¡lloviendo tanto! suplicó Lola . ¡Parece no qué decirles que se vayan! ¡Se pondrán como sopas! ¿No oye usted que el cielo se hunde?

Durante la resaca, pone de manifiesto y ofrece en cierto modo la rica vida que sustenta. Seguirle hemos paso á paso, avanzando sobre la húmeda arena, que todavía no se hunde mucho bajo nuestras plantas. Nada tema usted. A lo sumo, la mansa ola vendrá á bañar sus pies.

Un villavejano de viso se encogerá de hombros al ver cómo se le hunde medio tejado, y perderá el sueño si aquella misma noche se le ha demostrado en el Casino que su levisac atrasa más de dos temporadas en el reló de la última moda. ¡Oh! en éste y otros parecidos asuntos son terribles los villavejanos, sobre todo las hembras.

Las llamas del hogar ponen su reflejo sangriento, y el segundón, con un aullido, hunde la maza de su puño sobre la frente del viejo vinculero, que cae con el rostro contra la tierra. La hueste de siervos se yergue con un gemido y con él se abate, mientras los ojos se hacen más sombríos en el grupo pálido de los mancebos.

Yo me figuro uno de esos ángeles réprobos que consumen su eternidad en inútiles arrepentimientos. Algunas veces se eleva pensativo hasta los confines de su primera patria, contempla con una tristeza profunda el cielo del que ha sido desterrado y los bienes que su rebelión le ha arrebatado: su infortunio es aún mayor; y, rugiendo de desesperación, se hunde de nuevo en los abismos.

A ese clero que condena a la tisis del hambre a dignos comerciantes, a padres de familia; a ese clero que dispersa los hogares y hunde en alcantarillas inmundas, mal llamadas celdas, a las vírgenes del Señor, y que entiende que las entrega a Jesús entregándolas a la muerte.

Poco se cura de los contrafuertes: hunde en la roca viva sus cimientos tallados al cincel, y sobre una base de sesenta pies de anchura, se yergue su columna de veinticuatro pies de diámetro. Toda la obra está tan bien ajustada que el cimiento fué cosa superflua.

Palabra del Dia

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