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Actualizado: 13 de julio de 2025
Y para disipar escrúpulos diré que aunque esta nave se hunda en la mar con toda la riqueza que contiene, si se hunde con gloria y con la conveniente y debida resonancia, los señores Adorno y Salvago saldrán ganando y no perdiendo.
En un rincón solitario de la pradera, Gertrudis, inmóvil, lanza miradas melancólicas al sol que se extingue. ¡Ah! ¡si no se ocultase hoy para nosotros! exclama abriendo los brazos. ¡Bueno! ¡ordénaselo! dice Juan. ¡Sol, te mando que te quedes con nosotros! Y, mientras el globo de fuego se hunde cada vez más, ella se pone a temblar de pronto y dice: ¿Sabes qué idea acaba de ocurrírseme?
Estaba en la provincia de Cuzco y volvía de un pequeño lugar, al norte, cerca de la raya de Junín, que se llama Inchacate. El camino es generalmente desigual hasta llegar a la vieja capital de los Incas, pero no ofrece dificultades de ningún género. Es una senda seguida y angosta, que trepa los cerros, se hunde en los valles y costea los montes altos. Hay pocos ríos y torrentes que atravesar.
Como esos barrios nuevos edificados apresuradamente para la especulación, y ya derruidos sin la patina del tiempo, la joven colonia americana se agrieta y se hunde como la vieja aristocracia romana, la cual, al menos, se armoniza con las ruinas imponentes del Coliseo y del Capitolio en que descansa, todavía majestuosa, como un César expirante.
Ya que los boyeros le habían indicado el camino para ir a Córdoba, don Paco, menos alborotado que el día anterior, siguió en aquella dirección, pues camino no había. Las estrechas sendas eran muchas, y él a la ventura las tomaba, sólo procurando hunde la vista de todo ser humano, porque aún tenía vergüenza de que le viesen.
El solitario Hay se consagra entonces a estudiarla con ahínco; escudriña, medita, prescinde de sus sentidos corporales; desecha de sí la memoria, se olvida del mundo sensible, hasta de la imaginación se despoja, y ya con la pura esencia del pensamiento, se hunde por lóbregos senderos en el abismo de su propia alma. Allí al cabo se le aparece la radiante y divina luz del día eterno.
Oía Mariano absorto, y ella sacaba de su despecho admirables rasgos de elocuencia. «Un marquesado, una fortuna de millones es lo que nos pertenecía. Pues ya ves: cárcel, infamia, pobreza. Tú y yo seremos mendigos o Dios sabe qué. ¡Y Dios permite esto, y el cielo no se hunde, y todo sigue lo mismo! Y clamamos a gritos, sin que nadie nos oiga.
¿Y ahora? Las paredes del convento se me caen encima, y anhelo salir. ¡Pero te van a casar! exclamé indignado . Te quieren casar, y no se hunde el mundo. Entonces se rió, creo que por primera vez desde mucho tiempo, y aquella espontánea alegría me pareció expresión de una renaciente vida.
No respondió nada el intérprete; antes, prosiguió, diciendo: -No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar al arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.
D. Cristóbal de Moura no pasa, sin embargo, de ser mero instrumento de superiores voluntades humanas; su figura se hunde y se anega, digámoslo así, en el torrente impetuoso de los grandes sucesos, y su personalidad queda obscurecida y eclipsada por las de aquellos príncipes y señores que intervienen en los sucesos, que los dirigen o los determinan, y cuyos caracteres, talentos, virtudes y vicios, despiertan más nuestra curiosidad y llaman hacia ellos nuestro pensamiento con mil veces mayor atractivo.
Palabra del Dia
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