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Fuese el chico a la ciudad; estudió las humanidades, con aprovechamiento, , señor, y con muy buenas notas... ¡caray! ¿por qué no decirlo?... Siendo ya bachiller, se prestó de buena gana a seguir esta carrera, y le envié a Madrid... Verdaderamente que el dinero no sobraba en casa; pero había lo necesario desvalijando un poco la hucha de mis buenos tiempos de boticario de nota. ¡Y ¿qué mejor empleo para ello, qué caray!... Un hijo solo, llamado quizá a ser el sostén de la familia desde el día en que yo faltara... porque para entonces, aún le quedaban dos hermanas solteras, y su pobre madre arrastrando malamente la vida que se le acabó al siguiente año... ¡Caray! mi señor don Alejandro, todavía duele allá dentro cuando pasan estos recuerdos por la cabeza... En fin, que se fue Leto a Madrid... ¿Les he dicho a ustedes que se llama Leto mi hijo?

Comprendió que le vendría muy bien en aquel caso un recuerdo histórico, y volvió a fruncir el ceño. Esto era difícil en extremo y su cerebro no tenía capacidad para contener un suceso histórico. Equivalía a querer meter, no ya una moneda, sino un camello dentro de la hucha. Pensó mucho y se rascó la frente.

En otra parte tenía Isabel muy bien guardada su hucha, dentro de la cual, al agitarla, sonaba una música deliciosa de cuartos. Estaba ya tan llena, que pesaba así como un quintal.

Al año de casado murió su madre. Otro platal a la hucha. Nunca podrás formarte idea de las barbaridades a que se entregó al verse dueño de tanto dinero y de una mujer que no sabía más que rezar y afligirse por los desenfrenos de su marido..., porque fue un cerdo, créeme; un glotón soez de todos los vicios.

Si no fuera porque el espectro de la hucha se le solía aparecer de vez en cuando anunciándole el acabamiento del dinero extraído de ella, ¡cuán feliz habría sido el pobre chico! A pesar de esto, la dicha le embargaba. Entrábale una embriaguez de amor que le hacía ver todas las cosas teñidas de optimismo. No había dificultades, no había peligros ni tropiezos. El dinero ya vendría de alguna parte.

Todavía hay algo que usted no sabe y que le quiero decir. ¿Cómo la he mantenido durante tres meses? ¡Ay, tía! Rompí la hucha; tenía tres mil y pico de reales, lo bastante para que viva con modestia, porque es muy económica, sumamente económica, tía, y no gasta más que lo preciso».

Para comprar un pavo, las familias más refractarias al ahorro consagran desde noviembre algunos cuartos a la hucha. ¿Cómo podían faltar los de Relimpio a esta tradicional costumbre?

Allá entre los pliegues de una cortina de damasco se escondía la tercera, como si quisiese esquivar la ceremonia afectuosa; pero no le valió la treta, antes su retraimiento incitó al primo a exclamar: ¿Doña Hucha, o como te llames?... Cuidadito conmigo..., se me debe un abrazo.... Me llamo Marcelina, hombre.... Pero éstas me llaman siempre Marcelinucha o Nucha....

Inclinábase el chico a economizar, y tenía una hucha de barro en la cual iba metiendo las monedas de plata y algún centén de oro que le daban sus hermanos cuando venían a Madrid. En la ropa era muy mirado, y gustaba de hacerse trajes baratos y de moda, que cuidaba como a las niñas de sus ojos.

¿Qué hace usted? Si los quiere para comprar porquerías... Esta tonta no pide; pero cuando se los dan los toma. No crea usted que es gastadora. ¡Quia! Todo lo va guardando en su hucha y tiene ya un capital. Esta sale... Sale a papá... Vaya, a casa, que os enfriáis aquí... ¡Cómo sudas, hija!... Allá voy en seguida.