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Actualizado: 18 de julio de 2025
Ven acá, hereje y mal nacido; ven acá y huele, y dime si esto huele á capón relleno. Y asió á Cosme Aldaba del cogote, le llevó á la hornilla y le hizo meter casi las narices en la cacerola. Después le arrojó de sí y le plantó cuatro ó cinco cintarazos. Aldaba huyó dando gritos.
Todos los caminos estaban cerrados para él; iba como si el mundo se hubiese despoblado de pronto. Toda la nieve que abarcaban sus ojos la llevaba en el alma. En la Puerta del Sol vio una hornilla enorme llena de fuego, y en torno de ella un tropel de golfos, de vagabundos, que se calentaban las manos, pataleando al mismo tiempo para reanimar sus pies entumecidos.
Cobró en las tres puertas siguientes sin ninguna dificultad. «D. Francisco, que me ponga usted piedra nueva en la ornilla, que aquí no se puede guisar....» En otras circunstancias, esta reclamación habría sido el principio de una chillería tremenda, verbigracia: «Pon el traspontín en la hornilla, sinvergüenza, y arma el fuego encima.» «Miren el tío manguitillas, así se le vuelvan veneno los cuartos.» Pero aquel día todo era paz y concordia, y Torquemada concedía cuanto le demandaban.
Pues no quiero ir. Tengo orden de presentaros, si os negáis, esta otra carta. El cocinero la tomó y la abrió. «De orden del rey decía y bajo vuestro cargo y riesgo, y pena de traición, seguiréis al portador. El duque de Lerma.» Vamos dijo el cocinero de su majestad, envainando su espada, arreglándose de una manera iracunda el cuello de la capa y arrojando una mirada desesperada á la hornilla.
Pero al fin Ana se vio sola en el comedor, cerca de aquella chimenea de campana, churrigueresca, exuberante de relieves de yeso, pintada con colores de lagarto; la chimenea, al amor de cuya lumbre leyera en otros días tantos folletines la señorita doña Anunciación Ozores, que en paz descansa. Ahora no había allí fuego; la hornilla, descubierta, era un agujero de tristeza.
Miguel pasó al cabo de algunos meses a ser su paje de cola: «Miguel, tráeme las tenazas. Miguel, echa carbón en la hornilla. Miguel, corre a pedir a la cocinera agujas. Miguel, abre esa ventana.» El hijo del brigadier se apresuraba a cumplimentar estas órdenes como el caballero que busca ocasión de festejar a su dama y ansía testimoniarle su rendimiento.
Llegó a admirarla como un bruto: el ideal de la belleza se encarnó para él en sus carnes frescas, sonrosadas y un tanto crasas. El cuarto de la planchadora era una verdadera estufa en las tardes de verano. La proximidad del tejado, lo bajo del techo y la hornilla encendida se conjuraban para hacerlo intolerable.
No hayas miedo dijo el Cojuelo que se vea en eso aquel alquimista que está en aquel sótano con unos fuelles, inspirando una hornilla llena de lumbre, sobre la cual tiene un perol con mil variedades de ingredientes, muy presumido de acabar la piedra filosofal y hacer el oro; que ha diez años que anda en esta pretensión, por haber leído el arte de Reimundo Lulio y los autores químicos que hablan en este mismo imposible.
Petra recogió el servicio del café. Andaba perezosa. Entró y salió muchas veces. El ama no la veía siquiera, miraba, sin mover los párpados, a la hornilla negra y fría. La doncella se comía con los ojos a la señora. «¡No va al teatro! Aquí pasa algo. ¿Estorbaré? ¿Me necesitará?». ¿Querrá algo la señora? preguntó. Sobresaltada la Regenta, respondió: ¿Yo?... ¿qué?... Nada; vete.
RAYA A LA CASERA. Después de bien lavada la raya en agua fría, sacado su hígado, que se separa, y cortadas las aletas en pedazos, póngase a cocer en una cacerola o perol con agua, vinagre, cebolla y un poco de sal; se la deja dar dos hervores para que no esté demasiado cocida; sáquese luego y échese en una fuente para pelarla; póngase después en la hornilla con medio caldo; cuando se vaya a servir se escurre, se coloca con su hígado cocido por encima y se rocía bastante con salsa blanca.
Palabra del Dia
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