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Conocíase esto en el modo de caerle la ropa, en no qué corte viril de las rodillas y los hombros; además, se traslucía en aquel hombre la altiva superioridad que dan juntamente la riqueza, el nacimiento y el hábito de ser obedecido.

Esto decía, cuando se vino corriendo hacia ellos una muchacha, una niña, una chicuela, de ligerísimos pies y menguada estatura. Nela, Nela dijo el ciego . ¿Me traes el abrigo? Aquí está repuso la muchacha poniéndole un capote sobre los hombros. ¿

Además, señalaba al hermano, sentado a dos pasos de ellos, mostrándoles la espalda, mientras intentaba asombrar al chófer con su vasta erudición en marcas de automóviles. Pero Nélida levantó los hombros. ¡Lo que le importaba aquel tonto! ¡Ojalá arreglase Dios las cosas de modo que cayese del asiento y las ruedas lo convirtiesen en papilla!...

La belleza de esta mujer, tal como hoy se me manifiesta, desaparecerá dentro de breves años: ese cuerpo elegante, esas formas esbeltas, esa noble cabeza, tan gentilmente erguida sobre los hombros, todo será pasto de gusanos inmundos; pero si la materia ha de transformarse, la forma, el pensamiento artístico, la hermosura misma, ¿quién la destruirá? ¿No está en la mente divina?

Al través de su piel blanca como la leche, se distingue el azul de las venas y el rojo de la sangre cuando el rubor o la expresión la enciende. Sus finos cabellos, negros como el azabache, caen sobre los hombros, de suerte que le dan todo el aspecto de una jovencíta. Nadie diría que tiene más de treinta años.

Pero volviendo á vuestra aventura, «Erase una tapada... Tapada era. ...alta y garrida... ¡! ...ancha de hombros, alta de seno, manto á los ojos, y halda hasta el suelo.» ¿Conocéisla? No, ¿y vos? Tampoco. ¿Pero no habéis reñido por ella? . ¿No habéis vencido? . ¿Y dónde la habéis dejado? Se fué sola. ¿Y no venís aquí por ella? ¡Ah! ¡no! ¿Y no habéis vislumbrado quién ella sea?

Se encontraban a menudo cavando cada cual con los ojos en el rostro del otro para encontrar el secreto.... Pero nada de palabras. Doña Paula encogía los hombros y Froilán reía pasando la mano por las barbas de puerco-espín que tenía debajo del mentón afeitado. Allí lo serio era el dinero. Las cuentas siempre ajustadas, limpias. Froilán era fiel por conveniencia y por miedo.

Es que la muchacha se lo merecía todo: la luz del blandón descubría su rostro animado, encendía sus ojos rechispeantes, y mostraba la crespa melena, desanudada por la agitación de la caminata, y flotando en caprichosas roscas por su frente, hombros y cuello.

Ella está allí, con un chal claro en los hombros... ¡tan pálida y tan bella! ¡Estoy soñando! Di orden para que no viniese el carruaje sino mañana al amanecer. ¿Quiere marcharse Gertrudis? pregunta Juan impresionado. Gertrudis tiene que irse dice la joven. Y con los ojos llenos de lágrimas le dirige una mirada, en la que se esfuerza por poner una sonrisa.

Pepazos era un Alcides capaz de echarse sobre sus hombros fornidos el mismo peñón de Bejos a poco que se le hurgara el amor propio; coloradote, mofletudo, con las cejas unidas y muy peludas sobre unos ojazos de buey. Ese pulía y remataba «zapitas», que con ser la que menos capaz de dos azumbres de leche, no se veía sobre sus muslos bombeados y entre sus manos grandonas.