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Actualizado: 7 de junio de 2025
Quien se ha mudado es él; sus sentimientos son otros, su corazon lleno de amargura derrama la hiel sobre el entendimiento, y este, obedeciendo á las inspiraciones del dolor y de la desesperacion, se venga del mundo pintándole con los colores mas horribles.
Todo sea por Dios se dejó decir Nicolás suspirando . Peor lo pasó Jesús, que pidió agua y le dieron hiel. Mascando el último bocado, salió Maximiliano para irse a clase, llevando la carga de sus libros, y mucho después almorzó Juan Pablo solo. Aquellos almuerzos servidos a distintas horas molestaban mucho a doña Lupe. ¿Se creían sus sobrinos que aquella casa era una posada?
Fernanda, que sintió perfectamente toda la hiel de aquel discurso, respondió fríamente, y después de pocas palabras más se volvió al salón. A D. Pedro le había molestado el tufillo de elegancia y distinción que despedía la hija de Estrada-Rosa. Le irritaba que alguien se alzase en torno suyo, siquiera fuese solamente algunas pulgadas.
Continuó después de algunos segundos de silencio: Ya ve usted que no tenía mucho por qué envidiarme mi hermana.... ¡Cuánta hiel he tragado, Julián! Cuando lo pienso se me pone un nudo aquí.... El capellán pudo al fin expresar parte de sus sentimientos.
Levantose el doctor y poniéndole la mano en el hombro, le dijo: Vamos, Amaury; sé hombre. ¡Amaury! ¡Hermano mío! dijo Antonia tendiéndole la mano. Pero el corazón del joven, rebosante ya de hiel, tenía que desbordarse y su dolor, contenido hasta entonces, hizo explosión de pronto.
¡Cuánta fe necesita el hombre para que su alma no se cáuterice, al tocar la hiel corrosiva de estas nauseabundas experiencias! No siento odio; acaso no siento desprecio tampoco, pero siento una profunda lástima, y sobre todo un profundo dolor. Este es quizá un malvado, un holgazan, un idiota. ¿Lleva cadena? -Sí. ¿Lleva brillantes? -Sí. ¿Va en coche? Sí. ¿Se inclinan ante él sus lacayos? -Sí.
Felices esos seres, que nunca conocieron La punzadora espina que labra el corazon, Y el inocente labio jamas humedecieron En la dorada copa que mana corrupcion. Felices esos seres, que nunca calentaron Las engañosas manos de la amistad infiel, Que nunca las miserias del mundo presenciaron Ni el dictamo sagrado vieron trocarse en hiel.
¡Oh! tú no sabes lo que quieres, y el estado en que te encuentras me espanta... ¿para qué te has engalanado de ese modo? ¿para qué te has puesto tan hermosa como un ángel?... ¡pobre niña! tu alma, tu corazón, tu vida, es ese hombre, ese hombre que no puede hacerte feliz; el solo hombre á quien has amado; ¡terrible Dios, que has dado al hombre amor y caridad, sangre y lágrimas, y no le has dado poder!... ¡mañana me pedirás cuenta de lo que yo haya destruído, arrastrado por mi desesperación, y no tendrás en cuenta mi amor hacia esta infeliz, mi rabia al ver que nada puede servirla, mi dolor al mirarla anonadada, muerta, apurando la hiel más amarga que tú has destinado para probar á las criaturas! ¡oh! ¡yo estoy loco! ¡mi cabeza se rompe! ¡mi corazón revienta! ¡Maldito sea ese hombre! ¡maldito! ¡maldito!
Pero si brilla y descuella intelectual y físicamente entre sus compañeros, los hijos de familia de la fofa aristocracia del lugar miran por encima del hombro al hijo de la cómica. ¿Cuánta no ha de haber sido la hiel que tuvo que devorar este sér exquisito, humillado por un origen del cual en días posteriores habría orgullosamente de gloriarse?
Conviene, pues, para esto, que nuestro pesimismo, en vez de ser trágico, sea chistoso y cómico; como el pesimismo de Voltaire, que en el Cándido hace que nos desternillemos de risa, ó, mejor aún, como el de Cervantes, más gracioso todavía en el Quijote, y lleno de dulzura y de cristiana resignación, sin chispa de hiél ni de impiedad ni de odio.
Palabra del Dia
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