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Actualizado: 21 de septiembre de 2025


Entre tanto, el rey me ha dado esa casita y algunas tierras acá en el sur, y de su producto vivimos. ¡Á ver, muchachos! ¿Cuál es el precio de los dos pulgares de vuestro padre? Veinte vidas escocesas, contestó el mayor. ¿Y por los otros cuatro dedos que me faltan? Diez vidas más, dijo su hermanito. Total treinta.

Y con razón obraron entonces los de la vela verde, porque de diligencia en diligencia averiguaron del hermanito las siguientes gracias, las cuales fueron probadas todas con testigos y con los detalles necesarios.

En la casa todos estaban revueltos, como si el amor propio de la fonda de la calle de las Águilas estuviese comprometido en aquella jornada. Eduardito se empeñó en ir conmigo, lo mismo que Villa y Olóriz. Matildita había ofrecido un cirio a la Virgen de la Esperanza si me aplaudían, y Fernanda, el dueño adorado cuanto maduro de su hermanito, oír una misa en día que no fuese festivo.

A fuerza de paciencia y de dulzura conseguí que fuese amable con su hermana, y aunque de tiempo en tiempo renovaba su odiosidad, en algo mejoré las atroces tendencias del niño. Mucho me agradeció la señorita mi empeño en dulcificar el carácter de su hermanito, y esta gratitud hizo que cada día fuese Gabriela más y más obsequiosa con su amigo.

«¡Mariano, hermanito! exclamó Isidora, que creía sentir su garganta apretada por uno de aquellos horribles dogales . ¿En dónde estás? ¿Eres el que mueve esa rueda? ¿No estás cansado?». No se oyó contestación. Pero el artefacto amenguaba la rapidez de su marcha. Las roldanas, las transmisiones, la rueda, se emperezaban como quien escucha.

Bastante tenía que hacer la pobre esta noche con vigilar al hermanito para que no metiese sus manos sucias en todo y no sobase los dulces y no lamiera los helados... Yo tomé una yema que apestaba a aceite de hígado de bacalao, y de fijo anduvieron por allí los dedos de Leopoldito.

¡Ah! ¿El general, por lo visto, te hace muchos regalos? dijo la de Alcudia con leve expresión irónica que su amiga no entendió. ; es muy bueno, siempre nos trae regalos. A mi hermanito le ha comprado una medalla preciosa. ¿Y a tu mamá no le hace regalos? También. ¿Y qué dice tu papá? ¿Mi papá? exclamó la niña levantando los ojos con sorpresa , ¿qué ha de decir?

Pero no fue necesario. ¡Bueno estaba poniendo Nélida al hermanito!... Al abrir la puerta, lo agarró de un brazo, haciéndolo entrar a empellones. ¡Hasta cuándo se proponía molestarla con sus necedades!... Estaba en lo mejor de su sueño y venía a interrumpírselo con sus historias disparatadas. «Mira bien, zonzo... Abre los ojos, animal... ¿Dónde está el hombre, idiota?...» Y lo zarandeaba, iracunda, mientras el muchacho abría desmesuradamente sus ojos mirando a todos lados, y especialmente al vacío debajo de la cama, como si sólo allí pudiera ocultarse un intruso.

¡Claro que estará mala la grandísima loca! ¡Pues no bailó anoche como una descosida! ¡Bien empleado! Lucía clavó en su marido los ojos atónitos. Ve pronto, pronto... exclamó . Está con un acceso de frío... se queja de dolor a un lado, y se le ha tomado la voz.... Miranda se levantó refunfuñando. No para qué tiene a su hermanito murmuró al calzarse la botas . Bien podía ir él.

El niño fue a levantarse, pero no pudo; su hermanito se lo estorbaba. Levanta, Rafaelito. El chiquitín no se movía. ¡Levanta, Rafaelito! Miguel lo cogió entre los brazos y lo puso en pie; pero al ver que no se tenía, exclamó en alta voz: ¡Este niño está yerto! ¡Qué atrocidad! Y comenzó a sacudirlo y a frotarlo.

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