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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Pues yo, señorita, me acuerdo de usted en aquel tiempo como si la tuviera delante de los ojos. ¡Qué divertida y jaranera era usted! Donde usted estaba no podía haber mal humor, y en todos los horuelos y esfoyazas se aguardaba á la señorita Laura como al agua de Mayo. Oía decir en mi casa y en todas partes que no había corazón como el suyo: así que la quería más que á ninguna de sus hermanas.
Y no podía quejarse; todo sucedía conforme al derecho más estricto, pues la herencia fue exactamente distribuida hasta el último centavo entre él y sus seis hermanos y hermanas sin hablar de la reserva que habían estipulado para ellos los padres.
Las hermanas de Lorenzo llevaron los pañuelos a los ojos y en medio de un silencio de sollozos el padre de aquél se dirigió pausadamente hacia el escritorio en el que penetró despacio... ¡Sólo usted... sólo usted es capaz de este sacrificio! Qué sacrificio, señora, si Lorenzo es para mí un hermano. Y usted es para mí un hijo desde hoy.
Rafaelito habíase retirado a su cuarto en la madrugada, y las hermanas permanecían clavadas en sus sillas, bostezando de cansancio, con un gesto de extrañeza y de miedo, como si presintieran que la muerte rondaba por la puerta de la alcoba. La madre indignábase al hablar de los médicos. ¡Vaya una gente ignorante! Todo lo echaban en palabrotas raras e ininteligibles.
Había trabajado en las fábricas, había servido á una familia como doméstica, pero al fin sus hermanas le dieron el ejemplo, cansadas de sufrir hambre; y allí estaba, recibiendo unas veces cariños y otras bofetadas, hasta que reventase para siempre. Era natural: donde no hay padre y madre, la familia termina así.
No bastaba la fuerza de sufrir en silencio, ni el refugiarse en la vida interior; necesitaba del mundo, un asilo. Sabía que estaba muy pobre. Su padre, pocos meses antes de morir, había vendido a vil precio a sus hermanas el palacio de Vetusta. Aquel era el último resto de su herencia. El producto de tan mala venta había servido para pagar deudas antiguas. Pero quedaban otras.
El genio no tiene patria respondió la Roubinet convencida. Internacionalista y solterona... Es el colmo... ¡Ah! añadió Francisca cada vez más nerviosa, no quiero quedarme soltera... ¿Sueña usted con el acuerdo de dos almas hermanas? preguntó la Roubinet, que no pensaba en enfadarse por las ocurrencias de Francisca. Lo comprendo... Encontrar en la vida una alma a nuestro diapasón... ¡Qué ideal!...
EVARISTA. Y ahora, el que bien podremos llamar fundador, todos los días, sin faltar uno, visita la santa casa y el cementerio humilde y poético donde reposan las Hermanas difuntas... EVARISTA. Lo sé... Y ronda el patio florido, a la sombra de cipreses y adelfas... PANTOJA. Es verdad. ¿Y cómo sabe...?
A los vagabundos que no tienen domicilio fijo y duermen en las posadas les cuesta siete u ocho duros al mes y no tienen casa en realidad, sino una yácija para tirarse de noche. Notad qué importancia adquieren estos menesteres de dormir y comer en la contemporánea literatura de costumbres. El aprendiz de literato añade la musa de la alimentación a las otras nueve hermanas.
En cambio a sus hermanas, por extraño contraste, les habían quitado algunos años de encima desde que la menor tomara la investidura. Habían retrocedido hasta la infancia.
Palabra del Dia
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