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Actualizado: 12 de junio de 2025
13 Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 15 Y traían a él los niños para que los tocase; lo cual viendo los discípulos les reñían. 17 De cierto os digo, que cualquiera que no recibiere el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Los balcones y ventanas de las casas, así como las puertas de los comercios, se hallaban perfectamente cerradas. Los curas, soldados y carceleros, después de pasear la vista por el ámbito de la calle, mirábanse unos a otros con acentuada expresión de asombro. El único objeto que hería la vista en medio de esta soledad era el carruaje miserable y fatídico que me esperaba.
Y el cura insistía en lo de los entierros, como si de todos los actos de hostilidad ó indiferencia para la religión, fuese este el más escandaloso y que más profundamente hería su pudor de sacerdote. A pesar de la agitación obrera, los amigos de Aresti sentíanse atraídos por otro asunto, del que hablaban con gran interés en sus francachelas nocturnas.
Teniendo hacia fuera el filo del sable, los hería con la punta en el cuello, buscando partir la yugular del primer golpe. ¡Tac!... ¡tac!... marcaba el capitán, evocando ante mi esta escena de horror.
Fue gentilhombre con ejercicio y disfrutó de las ventajas y preeminencias que su caudal y nacimiento le concedían; pero no bastaban a saciar aquel corazón henchido de arrogancia. La extraña amalgama de la aristocracia de la sangre con la del dinero le hería y le irritaba.
Los franceses, medio resucitados con la valentía de los marinos, pudieron habilitar dos piezas, y desde lejos, y tomando por blanco la masa de nuestra caballería, disparaban bastantes tiros. Su larga trayectoria, pasando por encima de la batería española, hería las primeras filas de mi regimiento.
Pasaba horas enteras sentada en una butaca, sin llorar siquiera, al parecer tranquila, pero en realidad presa de una desesperación que agitaba su cuerpo con estremecimientos nerviosos y hería su imaginación con ideas tristísimas. En vano le decían que era hermosa, rica y, lo que vale más, joven; que por fuerza, si no a consolarse y olvidar, llegaría a resignarse.
Vacilaba ordinariamente ante la palabra porvenir, que a los dos nos hería con augurios ¡ay! demasiado razonables. ¿Qué perspectiva, qué salida descubría ella más allá del día próximo que limitaba nuestros ensueños? Ninguna sin duda. Las sustituiría por algo vago y quimérico, como esa postrera esperanza que les queda a los que nada esperan ni tienen ya que esperar.
En cuanto a la niña, espigadita para sus once años, hería el corazón de Julián por el sorprendente parecido con su pobre madre a la misma edad: idénticas largas trenzas negras, idéntico rostro pálido, pero más mate, más moreno, de óvalo más puro, de ojos más luminosos y mirada más firme. ¡Vaya si conocía Julián a la pareja! ¡Cuántas veces la había tenido en su regazo!
El pajar estaba solamente cubierto por las tejas. Como éstas no ajustaban herméticamente, por los claros que dejaban penetraba la luz, que por breves intervalos hería el rostro de la condesa. Yo me colocaré á la ventana y recibiré la hierba que me den las mujeres. Usted, señorita, ¿quiere ser la encargada de esparcirla? Sí, sí; estoy dispuesta á trabajar mucho; empieza cuando quieras.
Palabra del Dia
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