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Actualizado: 12 de junio de 2025


Yo aludía al beso profano; mas, como si hubieran sido mis palabras una evocación, se ofreció en mi mente la visión apocalíptica en toda su terrible majestad. Vi al que es por cierto el primero y el último, y con la espada de dos filos que salía de su boca me hería en el alma, llena de maldades, de vicios y de pecados.

Su galantería solícita la hería como una ofensa, la idea de que era su marido se le hizo insoportable. Iba la ceremonia a celebrarse, según sus deseos, en la casa misma. No hubiera tenido valor para casarse con Muñoz en una iglesia.

Sobre todo, lo que más hería a Carlos, aunque no lo quisiera reconocer, lo que más le mortificaba en el fondo de su alma era la superioridad de Martín, que iba y venía sin reconocer categorías, aspirando a todo y conquistándolo todo.

Tan pronto, describiendo un círculo, hería con el pie la tierra, como, sin moverse de un sitio, zapateaba de plano, mientras sus brazos, armados de castañuelas, se agitaban en el aire, bajaban y subían a modo de alas de ave cautiva que prueba a levantar el vuelo. El tentador

Salieron cerca de 5,000 personas de ambos sexos y de todas edades, las mas á pié y sin auxillio para seguir la marcha: espectáculo lastimoso que cruelmente heria en el corazon de Orellana, sin arbitrio para hacerlo menos penoso: á que se unian las dificultades de conducir los heridos, que no podian abandonarles, porque indefectiblemente hubieran sido víctima de los rebeldes.

He... habría querido que siempre estuvieras aquí como en tu casa, que no tuvieras necesidad de ir a vivir entre gente extraña... entonces bajo las miradas de Marta, de aquella a quien ambos amamos... ¿Para qué pronunciaría su nombre? Sentía nacer en una fiera alegría, me parecía que me brotaban alas; y he ahí que su nombre me hería como un latigazo.

Amalia, insaciable, golpeaba, hería sin cesar. Los gritos de la víctima hacían crecer su furor. Se detuvo rendida al fin. Madrina, ¿qué hice? exclamó la pobre niña huyendo hacia un rincón. Esta pregunta, la mirada de angustia con que la acompañó, enfurecieron de nuevo a la dama. Volvió a golpearla despiadadamente. La criatura se tapaba el rostro con las manos.

No se hería materialmente, no se atormentaba largo tiempo hacía con ayunos, con cilicios y con vigilias forzadas; pero en este combate misterioso en que se aventuró, en este silencio y disimulo, en esta aparente impasibilidad que adoptó, en esta dominación tiránica con que su espíritu angustiado quiso imponer e impuso al cuerpo que no dejase traslucir su dolor ni en ayes, ni en llanto, ni en una contracción siquiera de los músculos del rostro, ideó el padre, tal vez sin querer, el más espantoso de los martirios, verdadera venganza, rudo castigo de su culpa, si culpa hubo.

Por el asunto más baladí armaba una reyerta, se enfurecía y concluía por maltratarla. Soledad se encerraba en su cuarto, lloraba un rato y volvía al cabo á él más sumisa y más enamorada que antes. Fuerza es declarar que el guapo no solía excederse en estos castigos, como otros: ni la hería ni la dejaba casi nunca señales ó cicatrices.

Como todos los caracteres burlones, le hería profundamente el ridículo. Con su cuñada el joven se reía unas veces, otras se mostraba irritado de aquellas extravagancias de su esposa, que calificaba de estúpidas y cursis. Cecilia procuraba calmarle, achacándolo a los pocos años, al carácter tornadizo de Ventura: «Ya verás le decía; dentro de algunos meses no se acordará de semejantes tonterías».

Palabra del Dia

deshice

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