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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Y me pareció muy gustoso y nutritivo. Es una planta maravillosa exclamó Hans. Y utilísima dijo el Capitán . Crece sin necesidad de cultivo y se reproduce mucho. Bastan tres árboles para alimentar a una familia durante un año entero. ¿Abundan mucho estas plantas, tío? Mucho; y no se encuentran solamente aquí.

Será muy frugal nuestro almuerzo, Horn. Yo tengo tres galletas. Y yo dos. ¿Y vos, Capitán? Mi pipa. Pues nosotros, ni eso dijeron Hans y el chino. Pues no moriremos de una indigestión, de seguro dijo el piloto, que no perdía su buen humor.

Los demás miraban a todas partes, y no pudiendo convencerse de la desaparición de Hans, de Joson, de Daniel, cambiaban entre preguntas seguidas de largos silencios.

El capitán Van-Stael había hecho botar al agua una gran chalupa, y se había embarcado en ella en compañía del viejo Van-Horn, de Hans y de Cornelio. Inclinado hacia el mar, se había puesto a observar el agua con gran atención, explorando el fondo de la bahía, que se distinguía perfectamente.

¡Pobres animales! Pierden su casa, y sólo logran, después de muchos sufrimientos, otra más fea e incómoda. Pero viven, y ocultan su cuerpo deforme y su concha opaca y fea en las aguas de los ríos. Deben sufrir un martirio atroz, tío dijo Hans. Cierto; especialmente cuando el cuchillo del cazador les priva de su vivienda. Pero, Van-Horn; que te olvidas del almuerzo.

No, sobrino contestó éste . No se ve ni un ser viviente. ¿Estamos cerca de la bahía? La tenemos seis millas delante de nosotros, Hans. ¿Estás seguro de no engañarte, tío? ¿Un hombre de mar como yo equivocarse?... Vine aquí el año último a pescar el trépang, y no he olvidado la bahía. ¿Y por qué observas tan minuciosamente la costa?

Las velas altas, que eran muy grandes, podían hacer que el junco se inclinara a estribor hasta hacerle embarcar agua si el viento arreciaba. Hubo, pues, que recogerlas. El Capitán y Hans se apresuraron a plegar la de trinquete, y Cornelio y el chino la del palo mayor. Esta maniobra se efectuó al punto, a pesar de las sacudidas que daba el junco y de la violencia del viento.

El capitán y Hans echaban agua en el cedazo para hacer pasar la fécula, y Cornelio y el chino la amasaban en panes de a cuatro libras, que secaban después al sol. Habrían podido también reducir la harina a grano, pero hubieran necesitado un recipiente de hierro, y no lo tenían.

El Capitán y Hans hicieron fuego apuntando a las ramas que se movían; pero los piratas no se dejaron ver, ni contestaron disparando flechas. ¿Se habrán ocultado bajo tierra? exclamó el piloto . Esto se pone feo.

Otra flecha inflamada partió de entre la maleza y se clavó en la pared de la choza, amenazando incendiar las esterillas de fibras y las hojas resecas. Hans logró arrancarla y apagar el algodón que llevaba en la punta. ¡Si estimáis en algo la vida y no queréis morir asados, romped el fuego! ordenó el Capitán . Hay que espantar de aquí a los piratas, o no tardaremos en vernos envueltos en llamas.

Palabra del Dia

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