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Actualizado: 24 de junio de 2025


Pero son capaces de desembarcar y de seguirnos por los bosques dijo el Capitán . ¿Se les ve? dijo Hans, que se había abierto paso entre aquellas plantas, de las cuales se desprendían emanaciones pestilentes. ¿Qué hacen? Tratan de entrar en el río. Veamos. Van-Stael atravesó la espesura, y al llegar al extremo del islote se inclinó hacia adelante, cuidando de no descubrirse.

Con ayuda de Dios, esperemos vencer en esta terrible prueba. ¡Infame salvaje! Las exclamaciones son inútiles, Horn. Es preciso hacer algo antes de que la nave se hunda. No olvidéis las armas si abandonamos el junco. Será lo primero que embarque. ¡Cornelio, Hans, Lu-Hang, seguidme! Un triste destino pesaba sobre los desgraciados pescadores de trépang.

Suelen tragarse hasta las arenas, piedrecillas y trozos de coral. ¡Qué estómagos! exclamó Hans . Deben tener un aparato digestivo poderosísimo. Su estómago es un tubo que les ocupa todo el cuerpo de punta a punta. En uno de los extremos de ese tubo tienen la boca. Por ella les entra el alimento, el cual recorre todo el tubo interior, y sale por el extremo opuesto sin detenerse.

¿Comen hombres esos salvajes? Como nosotros comemos gallinas. ¡Qué brutos! Tienen hambre, Hans. Su tierra nada produce; no hay animales en ella, o son escasísimos, y tienen que apencar con todo para comer. Pero nosotros somos muchos, tío. ¡Muchos!... Y tenemos fusiles y dos lantacas .

Hoy se entiende asimismo nombrar á los salvajes de carácter sanguinario del Norte de Luzón; pero el etnógrafo aleman Hans Meyer y luego el Dr. Schadenberg, dicen que únicamente deben llamarse así los infieles que pueblan Benguet y Lepanto.

Por esto cuando Leonora se presentó sobre las tablas un invierno con el alado casco de walkiria, tremolando la lanza de virgen belicosa, prodújose aquella explosión de entusiasmo que había de seguirla en toda su carrera. El mismo Hans se estremeció en su sillón de director, admirando la facilidad con que su amante había sabido asimilarse el espíritu del maestro.

El chino, Hans y Cornelio ayudados por el viejo piloto, pusieron manos a la tarea.

Hans y Cornelio, armados de fusiles, registraban las rocas, para convencerse de que no había por allí ningún otro salvaje, y disparaban sin cesar contra las bandadas de cacatúas blancas, rojas o de color de rosa pálido, matando muchas de ellas. El Capitán, entre tanto, examinaba los bajíos de la bahía, para asegurarse mejor de la cantidad y calidad de las olutarias.

Yégof, inclinándose bajo la puerta, entró muy pensativo y saludó a Luisa con la cabeza, al mismo tiempo que bajaba el cetro; pero el cuervo no quiso entrar; desplegando sus grandes alas cóncavas, dio una amplia vuelta alrededor de la barraca y fue a caer a todo volar sobre los cristales para romperlos. ¡Hans le gritó el loco , ten cuidado! Yo vengo...

Los disparos de fusil no cesaban, pero arreciaba la lluvia de flechas. Veíaselas atravesar los aires y caer en los alrededores de la casa, y algunas de ellas en el techo. ¡Tío! exclamó a poco Hans con voz angustiosa . ¡No podemos resistir más! ¡El techo está ardiendo! ¡Maldición! gritó, rabioso, Van-Stael. ¡Vamos a morir asados! gritó Cornelio . ¡Huyamos, o la casa ardiendo se nos caerá encima!

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