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Actualizado: 20 de junio de 2025
Esta era la principal habilidad de don Jaime. La usura sabía presentarla como un favor; hablaba siempre en nombre de los otros, de los ocultos dueños del dinero y los caballos, hombres sin entrañas que le apretaban a él haciéndole responsable de las faltas de los deudores.
Entonces la niña, con una fuerza que sorprendió a Miguel, le rechazó haciéndole tambalear. Adolfo volvió a la carga riendo groseramente. ¡Adolfo, que llamo a mi tía! gritó Maximina, roja como una cereza y saltándosele las lágrimas, y otra vez le rechazó con brío. Eso no se hace, chico dijo Miguel queriendo intervenir.
Sus alas, adelgazadas y como desecadas por el viento del desierto, adosábanse cada vez más a su tabique central. ¡Demontre! decía el notario, haciéndole una mueca al espejo, la distinción es cosa bella, lo mismo que la virtud; pero esto ya es demasiado. Mi nariz va adquiriendo una elegancia inquietante, y, si no trato de darle alguna fuerza y color, muy pronto no será que una sombra.
Algunos meses después don Íñigo recibía una carta de su amigo Sancho Dávila haciéndole saber la manera admirable como su yerno había sacrificado la vida en un encuentro con los hugonotes de Francia.
No hay ninguna mentira, mi padre prosiguió Godfrey . Yo no hubiera gastado el dinero para mí; pero Dunsey me presionó tanto que hice la tontería de entregárselo. Pero yo tenía la intención de entregároslo, que él me lo devolviese o no. Eso es todo. Nunca pensé en apropiarme ese dinero. Jamás me habéis sorprendido haciéndole una mala partida a mi padre. ¿Dónde está Dunsey, entonces?
Gustábale ir roto y sucio como los sopistas, y cada una de estas hazañas enfurecía al Fraile, haciéndole gritar que aquello era robarle el dinero, y que el mejor día de un puntapié en tal parte iba a poner en la calle al desvergonzado sobrino.
Algunas veces le montaba sobre los muslos y se entregaba, sin saber por qué, a un movimiento vertiginoso de caballo desbocado haciéndole saltar más de lo que el chico deseara.
No por esto desistió de su intento el señor López, pues Colón ofrecia un nuevo mundo y con la misma indiferencia glacial fueron recibidas sus teorías en las altas esferas; y del mismo modo que Colón volvió su mirada á la Iglesia, siempre patrocinadora de toda idea noble y elevada y fué oido é hizo que prosperaran sus afirmaciones, por la intervención y apoyo de un humilde religioso; así este señor recordó que en el mes de Mayo del mismo año, un sacerdote sevillano se había dirigido á él, como Director de la estación Sericícola que el estado tiene establecida en Murcia, en atenta carta, haciéndole algunas consultas y pidiéndole instrucciones acerca de la industria sedera y en especial de la cria del gusano productor de la seda, y acudió á él, como náufrago á tabla de salvación, y éste humilde clérigo, y por lo tanto «clerical, retrógado, oscurantista y medio eval,» como lo llaman los «intelectuales,» prestó atención á sus deseos, expresados con tal entusiasmo y con tal profusión de datos prácticos, encaminados á probar sus observaciones, que rendido á la evidencia, con las cortas nociones que de la industria tenia, hizo suyo el pensamiento y, desde luego, le indicó los medios con que se podía contar en la región para hacer práctica su propaganda.
El millonario no lamentaba su generosidad. ¡Qué podía importarle este chorreo de riqueza que no marcaba la más leve desnivelación en su fortuna y le proporcionaba la dicha! Lo que le enfurecía haciéndole abandonar su asiento con nervioso salto, era el recordar lo ridículo de su situación.
Pero no, no admitamos esta versión que empequeñece a nuestro héroe haciéndole casquivano y pueril. El vuelco de un detestable coche que iba a Segovia cuando había personas que consentían en descalabrarse por ver un acueducto romano, una catedral gótica y un alcázar arabesco, fue lo que puso a nuestro amigo en estado de perecer.
Palabra del Dia
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