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Actualizado: 12 de junio de 2025
No había en todo Cádiz mujer más hacendosa y limpia y discreta ni más amiga de la verdad, y se empeñaba en que todos admirasen, como él, sus palabras graves y medidas, su gesto severo y hasta las más leves inflexiones de la voz. Un día María-Manuela le llamó aparte estando de reunión en la tienda y le dijo en voz baja: Mira, Velázquez, te veo ya demasiado chalao.
En jamás de la vida me ha dado el más pequeño disgusto esta mujercita que Dios bendiga. ¡Qué hacendosa! ¡qué ahorradora! ¡qué limpia!... ¡Los chorros del oro, muchachos!... Que tiene el genio vivo... que es un poco gruñona, ¿y qué?... Eso consiste, amigos, en que el alma no le cabe dentro del cuerpo. Los bueyes tardos necesitan quien les aguije.
Pero en lo tocante a Lituca, no enmendaba una tilde de lo convenido. Era de lo más mono y hechicero que podía buscarse en estampa y en carácter de mujer; y además, lista y sensible y buena, sin contar lo de hacendosa y hábil. Gran barro, indudablemente, para formar una compañera a su gusto un Adán como yo, en un paraíso de la catadura de Tablanca.
Desde que, siendo estudiante D. Ambrosio y ella hija de la pupilera en cuya casa D. Ambrosio se hospedaba, ambos se amaron y se casaron, había sido fiel, sufrida y hacendosa compañera de aquel hombre, gobernando la casa y cuidando de todo con ordenada economía y dando a D. Ambrosio, sin molestarle ni ofender su orgullo, los más juiciosos consejos.
Pero todos estos méritos, que habían producido el milagro de la redención moral de Antonio Zapata, no bastaban a defenderle de la pobreza. Vivía el matrimonio en un cuartito de la calle de San Carlos, que parecía el interior de una bombonera, y apenas se entraba en él se veía en todo una mano hacendosa.
Llegó a hacer una cada día, sin faltar a sus deberes de mujer hacendosa; y esta gran manifestación de su genio calcetero, casi casi la envaneció. Se le había cansado mucho la vista con los disgustos y las tareas, y también había perdido la mitad del pelo, por lo cual usaba anteojos mientras trabajaba, y cofia a todas las horas del día.
Los pucheros de Alcorcón, los jarros de Talavera y Andújar, los botijos y la cristalería de Cadalso, las escobas, las cajas de arena y tierra de limpiar metales revelaban una mano tan hacendosa como inteligente. Ni faltaba un poco de arte en aquellos cuatro trebejos colocados sobre cuatro no muy iguales tablas.
Los muebles viejos y maltrechos, recuerdo perenne de las antiguas peregrinaciones huyendo de la miseria, comenzaban á desaparecer, dejando sitio libre á otros que la hacendosa Teresa adquiría en sus viajes á la ciudad. El dinero producto de la recolección invertíase en reparar las brechas abiertas en el ajuar de la barraca por los meses de espera.
A los magullamientos del buey traidor uníanse las bofetadas y escobazos de la madre; pero el héroe del Matadero pasaba por todo con tal que no le faltase la pitanza. «Pega, pero dame que comer.» Y con el apetito excitado por el ejercicio violento, engullía el pan duro, las judías averiadas, el bacalao putrefacto, todos los víveres de desecho que la hacendosa mujer buscaba en las tiendas para mantener a la familia con poco dinero.
La halló buena, callada, inteligente y hacendosa, y sintió una intensa alegría amargada tan sólo por la noticia de que los novios no se irían a vivir con él. Visitaba poco la casa de Belinchón, pero cuando tropezaba a la joven en la calle, nunca dejaba de pararla, mostrándose tan galante y expresivo como jamás le había visto nadie. ¿Que no la quieres? repitió. ¿Y por qué no la quieres, zopenco?
Palabra del Dia
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