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Estos gustos estéticos le habrán inclinado a ir al Español; además, en los pueblos hay una marcada preferencia por los dramas en verso. La compañía de cómicos que llegan la dividen en compañías de verso y compañías de canto. Claro está que los hombres graves prefieren la de verso, y como Sarrió es un hombre grave, habrá indudablemente ido al Español. Yo también voy.

A ponernos de acuerdo desde el principio, ¡alma mía!, y para eso es necesario que antes nos conozcamos... En cuanto a voy a deciros claramente lo que soy... Os habrán contado probablemente que yo era un libertino, un depravado, un don Juan... nada de eso, amiga mía... no soy más que un hombre de mi época, desprendido de toda clase de preocupaciones... un hombre que puede someterse a las costumbres, y a su tío... pero no me enajena la independencia.

Ya puedes hacer, amigo, lo que quieras, pero nunca serás más que un imbécil. O un bribón. Nos ha engañado como todos los demás. ¿De quién fiarse, gran Dios, si no se puede contar con un ex presidiario?... Después de esto, le habrán puesto quizás en la puerta. No, aun está en la casa. Entonces aun hay remedio. Yo le hablaré. Hay que jugarse el todo por el todo. ¡Vamos, pues!

Confesar que no se ha leído un libro de cierta notoriedad; ¿ has encontrado a alguien que confiese no haber leído a Sarmiento, a Mitre, a López, a Estrada o a alguno de nuestros grandes autores de renombre? Tal vez tienes razón. ¡Y sin tal vez! Yo no he hablado con una sola persona que me haya dicho que no ha leído el «Facundo», por ejemplo. Y lo habrán leído...

Lucía se levantaba, se mostraba muy solícita para Ana, interrumpía a Juan melosamente. Salía como con despecho. Entraba como ya iracunda. Se sentaba, como si quisiera domarse. «Sol, ¿habrán puesto agua a los pájaros?». Y Sol fue, y habían puesto agua. «Sol, ¿habrán traído la leche fresca para Ana?». Y Sol fue, y habían traído la leche fresca para Ana.

¿A no te habrán dolido nunca las muelas, eh, Manín? preguntó el maestrante, que no podía estar un cuarto de hora sin comunicarse con su mayordomo. ¡Quiá! exclamó el gañán sin abrir los ojos siquiera. ¡Es una roca! manifestó el caballero con verdadero entusiasmo.

Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos ¡qué casualidad! al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era al día siguiente, y nos dijo el portero: Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy. Grandes negocios habrán cargado sobre él dije yo.

»Tantos rodeos para comenzar y los muchos días que llevas sin recibir noticias suyas, te habrán hecho temer que aquí sucede algo grave: desgraciadamente, no hay más remedio que decírtelo. Ha pasado el peligro, pero ha sido grandísimo: unas viruelas espantosas. »En cuanto a su vida, puedes estar tranquilo; los médicos la han salvado.

Y también lo habrán hecho para que yo vacile en mi entendimiento, y no sepa atinar de dónde me viene este daño; porque si, por una parte, me dices que me acompañan el barbero y el cura de nuestro pueblo, y, por otra, yo me veo enjaulado, y de que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, no fueran bastantes para enjaularme, ¿qué quieres que diga o piense sino que la manera de mi encantamento excede a cuantas yo he leído en todas las historias que tratan de caballeros andantes que han sido encantados?

Conviene dejarle solo, dijo Tragomer. Tiene necesidad de entrar en posesión de mismo. La transición entre su aniquilamiento desesperado y la vuelta á la vida ha sido muy brusca. Mañana estará más tranquilo, sus ideas habrán entrado en orden y podremos interrogarle con fruto. Y ahora, Marenval, reciba usted mis felicitaciones.